No me digas lo que debo hacer, no te ofendas si no
te hago caso. Te pediré que hables, me pediré escucharte, te daré la razón pero
no responderé ante ella. Son cosas que suceden, que impactan, que son. Le
restaré importancia con un par de razones y te sonreiré para afirmar que te
estoy mintiendo. Incurriré en el aviso, para asegurarme de que la mentira se
convierte en verdad. Verdad que preocupa, verdad que se siente. Me devolverás
la sonrisa y me dirás que te alegras de que haya madurado y de que dejara las
ilusiones fugaces al otro lado del charco. Las ilusiones de un niño que
necesitaba jugar aunque fuera con fuego. Una nueva sonrisa brotará ahora de tus
labios para advertirme del engaño, de que sabes que me miento y te miento, y de
que además, tú también me estás mintiendo. Sabrás que sigo siendo el mismo
aunque no te lo diga, aunque no lo recuerde. Sé que ha corrido mucha tinta
desde entonces pero mi pobre letra sigue siendo la misma. Mañana te diré que
eso ha sido todo, que el cuento se ha acabado y me ayudarás a reducir toda una mente
a la simple realidad, a la mezquina metáfora de todas las historias que no
tienen más función que la de no dejarte sin nada. Sabrás que sigo siendo aquel que
imaginaba, aquel que miraba con los ojos cerrados y el que si se presentaba así
ante ti era porque tenía algo nuevo que contarte.
A.