lunes, 29 de agosto de 2022

Por querer, que no sea.



Por querer, quiero ser tu compañero

El que te invita a su vida solo con un beso

El que a oscuras te despierta por una sonrisa

El que te dibuja con sus manos a escondidas


Por querer, quiero ser parte de tu vida

El que navega mar adentro y comparte las heridas

El que se llena de música y te escucha en las canciones

El que te observa hasta descubrir todos tus rincones


Por querer, quiero quedarme cerca

El que nunca da un no como respuesta

El que vuela contigo, tan lejos, que se pierda

El que te ofrezca su mano y nada le detenga


Quiero que me quieras,

Ser tuyo, y caminar, donde sea.


A.

viernes, 26 de agosto de 2022

Entre cenizas

 

CRÓNICA 

Parte 4



Al caer la noche, Aramis esperaba en un pequeño comedor que había en la planta superior. Había preparado pescado, queso y vino. Estaba terminando de encender un par de candelabros cuando la puerta del comedor se abrió. Fleur estaba más hermosa que nunca. Llevaba un vestido blanco lino con estampados de flores y hojas verdes. Su cabello lucía una preciosa trenza que se entrelazaba con diferentes lirios hasta alcanzar su espalda.

Al fin, sus sonrisas pudieron desnudarse a la luz de las velas. Se miraron y se abrazaron con las palabras durante horas, mientras el vino y el calor sonrojaban sus mejillas. En sus pupilas podía observarse el tintineo radiante del fuego junto a sus rostros. Llevaban tanto tiempo deseando aquel momento que al principio de la cena todavía les costaba disfrutarlo. Estaban nerviosos, sedientos del otro.

De pronto, Aramis se percató de unas luces que aparecieron a través de la ventana. Se asomó lentamente y vislumbró cómo una cola de antorchas avanzaba montaña arriba por el camino. Debían de ser casi cien hombres los que subían por la ladera: Un ejército.

- Ya están aquí. -dijo Aramis con un suspiro-.

Fleur se exaltó y comenzó a hacer aspavientos con las manos tratando de tomar una rápida decisión que salvase sus vidas. Sin embargo, Aramis se mantuvo en silencio, sosegado, hasta que apoyó su frente en la de ella, cerró los ojos y sin perder la magia, le dijo:

- Baila conmigo.

A Aramis parecía no importarle lo que había allí afuera. Estaba decidido a no luchar más, a enfrentarse a su final, a su derrota y a dejar de ser perseguido. Tan solo le importaba ella y aquel momento. Estaba convencido. En cambio, Fleur estaba dispuesta a intentarlo hasta el final. Fleur creía en ellos, en los mosqueteros, y sabía que merecían una oportunidad. Pero cuando quiso reaccionar, ya era tarde. Aramis se le acercó y deslizó suavemente las manos desde sus hombros hasta sus muñecas, recorriendo lentamente cada centímetro de su piel. Fleur quedó petrificada. Aramis enredó lentamente los dedos con los suyos como si se tratase de un mago con sus cartas, con la destreza de saber dónde colocar cada una. Durante más de cinco minutos bailaron, en un único abrazo, en un único cuerpo.

De fondo se oían gritos y el relinche de decenas de caballos. A cada minuto se vislumbraba mejor la luz del fuego de las antorchas que se acercaban. Sin inmutarse, escucharon el crujir de los cristales de una de las ventanas y vieron cómo entraba una piedra envuelta en fuego. Sucesivamente fueron llegando más y más piedras. Ninguna consiguió golpearles, pero tampoco era ese su objetivo. De repente, uno de los sillones prendió y el fuego comenzó a propagarse por una de las paredes. Fleur amagó con separarse, pero Aramis sin gran esfuerzo la retuvo entre sus brazos. Sus siluetas se trasladaron a la pared opuesta al incendio y se entrelazaron a la luz de las llamas, formando sombras de innumerables formas y tamaños que crecían y disminuían por momentos. Eran dos cuerpos que jugaban a ser uno, unidos por dos finas sombras que en ocasiones se fusionaban. Bailaban tan pegados que notaban el latir exaltado de sus corazones.

El humo comenzó a invadir la habitación, pero ellos permanecieron juntos, abrazados. En un momento dado, las sombras se perfilaron claramente en la pared y se pudo discernir cada una de las partes de sus caras: la frente, la nariz, los labios y el mentón. No quedaba más tiempo y las sombras de sus rostros se acercaron muy lentamente, frente a frente, nariz con nariz y boca con boca, tan próximas que desaparecieron en la oscuridad. La gran sombra se movió como la marea de un mar en calma, voluble y densa, tan testigo de un inminente final como de un amor verdadero. Sus cuerpos ardían y se estremecían por dentro mientras el fuego comenzaba a propagarse por toda la habitación. Aquel beso duró hasta el final, hasta que el humo les impidió mantenerse en pie, se tambalearon y perdieron la consciencia.

Aramis había encontrado su razón de vivir después de muchos años y de tantas batallas. Estaba convencido de que era el mejor final que jamás había podido imaginar. Ella y él envueltos en llamas. Pronto se abrazarían entre cenizas hasta la eternidad. Y los mosqueteros y sus crónicas pasarían a ser definitivamente una leyenda. ¡Y qué leyenda!

 

 

A.

El collar de Allevard

 

CRÓNICA

Parte 3

 


Habían transcurrido un par de horas cuando la niebla ya se había disipado por completo. El bosque ya había dejado paso a una llanura extensa y de árboles solitarios. A los costados del camino comenzaban a amontonarse rocas de gran tamaño, desprendidas de las gigantescas montañas que los rodeaban. El desnivel aumentaba progresivamente hacia los pies del Mont Blanc, que aún quedaba bien lejos. Paseaban en hilera a unos diez metros de distancia donde encabezaba Athos, seguido de Porthos, Aramis y Jerome, que cerraba la caravana de jinetes.

Fleur tenía la cabeza apoyada en uno de los hombros de Aramis y la ladeaba suavemente al ritmo del caballo. Sus manos envolvían a Aramis por la cintura y sus ojos descansaban muy cerca de los suyos. Aramis sentía de nuevo el calor en su espalda, de sus cuerpos, de sus vidas. Notaba su pausada respiración, su olor inconfundible y el cabello, que le acariciaba el cuello cuando soplaba el viento. Al cabo de unos minutos, Aramis le susurró al oído y la despertó:

- Ya hemos llegado.

Se encontraban en lo alto de una de las montañas de la sierra conocida como el collar de Allevard. Un poco más abajo, se permanecía el pequeño pueblo que le daba nombre al collar. Delante de ellos apareció una imponente masía de dos plantas, con grandes extensiones de tierra y un pequeño muro que la rodeaba. Un joven les abrió la puerta exterior que daba acceso al recinto y entraron a descansar. Ya amanecía cuando Aramis acompañó a Fleur a la habitación en el segundo piso y la observó hasta que recuperó el sueño, segundos después. Seguidamente decidió bajar de nuevo a tomar un trago en el salón. Habían pasado muchas cosas y muy deprisa. No había tenido tiempo de procesar toda la información, todo el riesgo que habían asumido y que seguía asumiendo. No había dado dos tragos a la copa cuando Jerome apareció y se sentó en otro sillón diciendo:

- ¿Pensabas que te dejaría solo esta noche? -preguntó a través de una mirada complaciente y sorbiendo su primer trago-.

- Nunca dejas de sorprenderme Jerome. Gracias por sacarla de allí y por estar aquí, conmigo.

- Gracias a ti por luchar por la justicia, por creer querer, por todos nosotros.

Rápidamente Aramis hizo un gesto levantando la copa en lo alto y Jerome le imitó. Ambos brindaron por la vida y por el amor.

A la mañana siguiente, Aramis se despertó sobresaltado sintiendo un filo helado sobre su espalda. Cuando abrió los ojos únicamente pudo ver otros ojos marrones, observándole sin mediar palabra. Fleur dejó escapar una media sonrisa y le acarició lentamente la cara, por las mejillas, cerca de su boca. Aramis comprendió que tan solo había sido un mal sueño. Miró a su alrededor y por la cantidad de luz que entraba intuyó que era tarde, ya que el sol debía posarse muy alto. Aramis había dormido más de ocho horas seguidas, muchas más de las que acostumbraba a dormir en los últimos meses. Su cansancio y su compañía le habían hecho dormir como ya casi ni recordaba. Se sentía de nuevo en casa, con su familia.

Pasaron escondidos unos días en lo alto de aquella montaña, en los que tan solo el joven vigía y Jerome bajaban a por suministros. Todos los días traían rumores y chismorreos que los vecinos de Allevard comentaban por doquier: en las calles, en los salones y sobre todo en los mercados. Parecía que nadie supiera que se escondían allí, pero sí sabían una cosa: El duque de Chambèry perseguía sus pistas con más de cien hombres, batiendo cada montaña, cada camino, cada casa. Además, una pequeña parte de sus hombres se dirigían a París en busca de la familia de Fleur. Las vidas de su familia siempre fueron la moneda de cambio por la que Fleur permanecía junto al conde de Chambèry todo este tiempo. Cuando las noticias llegaron, Fleur se puso muy nerviosa y sentenció a Aramis:

- Debo regresar. Si no regreso, sabes que los matarán. ¿No pensaste en eso cuando viniste a por mí?

- Ellos estarán bien. Me aseguré que se escondieran. -contestó Aramis-,

- Yo no quiero que vivan en las sombras como nosotros, merecen mucho más, lo siento, no puedo quedarme.

Aramis tragó saliva y se acercó para acariciarle los hombros lentamente:

- Dame esta noche, aquí, contigo y mañana te doy mi palabra de que sabremos lo que debemos hacer. Si necesitas volver a por tu familia, te dejaré marchar. Deseo que estés y estéis bien, pero te necesito esta noche. Siempre protegeré a tu familia.

Fleur suspiró y abrazó a Aramis. Confiaba ciegamente en él desde el primer día que le conoció.

- De acuerdo, una noche. Pero mañana partiremos. ¿Y qué quieres hacer cuando el sol se esconda?

- Quiero cenar. ¡Y bailar contigo!

- Pero solo una noche.

- La última noche.

La sonrisa de Fleur alumbró las cuatro paredes de la habitación y Aramis contestó con la suya sumiéndose ambos en un fuerte abrazo.

 

 

A.