jueves, 12 de diciembre de 2013

Golpes de realidad





Rompamos el silencio que nos domina
Las cadenas donde nuestros labios ardían
Aunque no sea de noche
Ya que tampoco es de día.

Recordemos todo aquello que nos de miedo
Las pequeñas grandes cosas que nos intimiden
Más ciegos seguiremos si no lo hablamos
Más tristes los que no lo griten.

Golpeemos la realidad tras la ventana
Luchemos bajo la sombra de una acacia
La diosa maldita que nos separa
Tan lejana y desorientada distancia.

Cuéntame el secreto bajo tu lengua
De  fuego, cenizas y sentimientos
Invade el papel sobre el que escribes
Escucharemos la soledad de tus pensamientos.

Persigamos insaciables los instintos
por los rincones de nuestra memoria
Con la cautela de no pararnos
Ya que olvida a quienes recuerdan.

Hablemos de la magia en los cuentos
De desvivirse en cada viaje
Hagamos del mundo nuestro lienzo
Y de las heridas, nuestro arte.


A.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Juego de sombras.




Juego de sombras que bailan para ti. Te mueves entre ellas rompiendo los esquemas de la luz que no consiguen alcanzarte. Te deslizas en la penumbra atravesando calles y vías de tren que te dividen en dos. Dejan cada parte en un lado, cada sentimiento en su lugar, cada momento en su tiempo. Bajo el mar de sombras cabalgas hasta un lugar más oscuro todavía, donde la fina línea que dibuje tu sombra sea casi imperceptible. Es la delgada marca que separa tu existencia del mundo, tus sueños de la realidad y tu memoria del presente. Como todo en esta existencia que se divide en dos. Cielo e infierno, blanco y negro, la verdad y la mentira. Tú y tu sombra seguís el mismo tempo, ella marca el ritmo y tú pruebas con la melodía. Perfilas tu sombra en el suelo, en un árbol o en cualquier molino abandonado. Disfrutas jugando con las inclinaciones, los tamaños, incluso con los colores que pareces crear. Ella te guía aunque te pierdas, aunque te abandones y necesites soledad. Es la prueba más natural de tu existencia. Y ahí residirá tu esencia, en la que por más que cambie de forma seguirá siendo la misma, junto a ti.

Bailarás con ella pero dejarás que te lleve, porque tú no sabes bailar.

A.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Otra semana más

 

Otra semana más. Esta vez a ciegas, casi todos solos; un tren o autobús desde distintas ciudades de España, y todos a un mismo punto. Sin saber lo que vendría después. Y es que cómo íbamos a saber que ya el primer día nos meteríamos en el metro de Londres para empezar a forjar un enlace de historias, de caminos recorridos, de experiencias, de vidas. Allí comentamos, ya los últimos días, que no es fácil que toque un grupo sin varios gilipollas que rompan el ambiente, sin prepotentes, mascachapas y muerdealmohadas (que mi compañero mordiese la suya en noches de pasión no cuenta) que hagan de cada día un infierno. Pues bien: nos tocó. Intento explicar esta semana sentado en el porche de mi casa, con un viento helado paralizando mis dedos y tratando que deje de escribir pero sin conseguirlo, mientras miro las nubes pasar lentas, sin prisa, como si tuvieran todo el tiempo del mundo para llevar a cabo cada una de sus acciones. Tiempo, pienso con nostalgia, que nosotros apenas teníamos. Por eso el dormir era secundario. Por eso las presentaciones se hacían la última noche, alargándose hasta las tantas de la madrugada. Tiempo que no teníamos, pero que fue exprimido hasta el fin. Recibo el mensaje con las manos heladas pero eso no importa. Junto mis manos sobre mi boca y expiro aire caliente para despertarlas, es hora de crear. La música de fondo me dice: "Es tu momento, déjate llevar". Intentaré caminar hasta la siguiente coma, exaltando cada acento, verso a verso, como siempre he tratado de hacerlo. Liberaré mi mente soñando con las noches que jamás olvidaré. Recuerdo la primera notificación a mediados de un caluroso Octubre.

Recibo el mensaje con las manos heladas también pero eso no importa. Junto mis manos sobre mi boca y expiro aire caliente para despertarlas, es hora de crear. La música de fondo me dice: “Es tu momento, déjate llevar”. Intentaré caminar hasta la siguiente coma, exaltando cada acento, verso a verso, como siempre he tratado de hacerlo. Liberaré mi mente soñando con las noches que jamás olvidaré. Recuerdo la primera notificación a mediados de un caluroso Octubre. Probé suerte con Granada, amaba Granada y me obligaron a cambiar de decisión. Creo que es la primera vez en mi vida que me alegro de ello. No importa el lugar, sino las personas, y dudo que existiera algún lugar mejor en el mundo donde debiera estar. Tan cercanos a lo desconocido, tan valientes ante la aventura, fuimos como las piezas de un Cubo de Rubic que parece que no vayan a encajar, pero encajan. Solo es necesario ser uno mismo y no dejar de sonreír. La sonrisa es la mejor forma de conocer a una persona, con su boca estirada, sus mejillas arrugadas y unos ojos que brillan en tu dirección. Conozco la sonrisa de cada uno de vosotros y jamás la olvidaré. El tiempo ha cambiado drásticamente mientras estuvimos internados en aquel hotel multiusos. Quizás, nosotros también hayamos cambiado.


Porque cada aventura, cada acción, cada vivencia, no deja a nadie indiferente. Aquel Domingo después de la primera cerveza y los primeros chupitos ya éramos otros. Los mismos, pero a la vez otros muy distintos. Habíamos compartido un comienzo, una base, unos cimientos sobre los cuales se construiría una semana de la más absoluta nada. Hola, cómo te llamas, qué estudias, de dónde eres. Nadie se cansaba de repetirlo una y otra vez con una sonrisa en la boca. Valencia, Madrid, Granada, Cadiz, Huelva, Murcia, Barcelona. Cullera. Badajoz. Cuentatwon. Josicoland. El lunes después de los primeros juegos ya nos sabíamos- exagerando un pelín- hasta el lugar donde se ubicaban las manchas de nacimiento de cada compañero, también su religión. No había sitio fijo en las comidas, o no quisimos adoptarlo; cosa que nos permitió variar, pudiendo conocer aquí y allá en cada desayuno, comida, cena. Por la tarde tocó Lucky Strike, demostrando que algunos eran verdaderos descendientes de Michael Jackson o de cupido, según por donde se mire. Bailar no, pero orcos hubieran caído a miles con las veinte flechas por segundo. Y si no, se hubieran muerto del susto por el movimiento de piernas en el lanzamiento. Nos enseñaron bien Misha y Lucy -¿Lucy?- y sudamos bien. Así que había que recuperar líquidos. Otra vez al bar, otra vez a TheTube, con la buena de Carmen. Esta vez nos sacó cinco chupitazos después de las copas, y hasta le bailamos el Lucky Strike con un nuevo compañero. Que marcha tenía el colega, hasta creo que oí a su hígado gritar de terror y pedir ayuda. La cabeza nos daba vueltas al acostarnos. Era sólo el primer día.


La siguiente mañana al despertar, algunos “roommate” se dieron cuenta de que así no podrían continuar muchos días más, que un lunes como aquel era demasiado largo, demasiado intenso y que amanecer algo borracho un martes presagiaba una semana poco saludable, pero no imposible. - Buenos días. – ¡In english! –Joder, i’msorry. – No sorry. Y entonces te centrabas en tu tazón de leche ardiendo con cereales ya derretidos, intentando que ninguna palabra en inglés pudiera penetrar tu resacosa cabeza. Y allí estabas a las 9 en clase, con tus break de 15 minutos, tu guarnición para comer y con otra actividad voluntaria que acabaría poco antes de la hora de cenar. Fue el último día en el que vimos la luz del sol. Pero allí estaban Misha y Lucy tratando de advertirnos que la visita duraría una o tres horas, en función de nuestra velocidad. Pero eso no era problema, ya que a muchos solo nos interesaba el puesto de churros y la fuente que lanzaba chorros desde el suelo. Menudos mañaneos nos esperaban, pero no, eso no acabó ocurriendo. ¿Cómo terminamos la visita? Tirando flechas en el ayuntamiento, el lugar de la revolución (sí, la revolución sabíamos que iba a llegar desde el momento en que Josico llegó tarde a la primera cena), siendo observados por un pequeño pero no menos importante público. En la cena todos nos preguntábamos qué hacer cuando de pronto surgieron muchos aficionados a los zombis. ¿Y cómo vimos los Zombis? Con cerveza. ¿Y quién nos la dio? Carmen. ¿Y cómo fuimos? En pijama. Y así, con la mayor naturalidad del mundo conseguimos las cervezas y subimos a ver nuestro capítulo de la semana. Una vez más, se hicieron las 2.
   


El miércoles fue algo más duro. Venga a meternos prisa con las presentaciones de los cojones, que si introducciones por aquí, que si índices por allá. Pero bueno, se sobrellevó. Trabajamos como jabatos. A todo esto, Ash se había puesto malo el día anterior y aún seguía, razón por la cual nos cambiaron a todos de clases. Pues moló. Después de comer y de las dos últimas lecciones, algunos fuimos al quiz. La mayoría de la gente necesitaba dormir o hacer la present, por lo que no acudieron. También moló. Fuimos hasta competitivos. Después nos tomamos una cerveza, a la cual Lucy me invitó -había ganado el quiz, jejeje- y empezamos a hacer contactos con un amigo suyo para la noche del Jueves. Ay, la noche del Jueves... pero aún estábamos a miércoles. Tras la cena, subí a hacer mi presentación. Allí estábamos Raúl y yo, en nuestras mesas y con la cabeza gacha, peleando como espartanos en el desfiladero de las Termópilas. De vez en cuando reíamos, partíamos el water, llamábamos al greenteam, guasapeábamos con él dándonos apoyo moral... seguro que cada uno tiene su historia de aquella noche de trabajo. Espero que la recuerde con su compañero al leer esto, ¡Ya le estáis escribiendo! Hasta cerca de las tres no nos acostamos. El siguiente sería un día grande. Muy, muy grande. E íbamos a irrumpir en él sin apenas descansar. 
        
 
                                  Tenía que meter estas dos fotos. Un abrazo a los cuatro, compañeros


“- ¿Ye prim, has visto això? En máster chef están cocinando solo con lechugas”-. Eso fue lo primero que recordé al despertar junto con un montón de tonterías que nos dijimos antes de dormir, como cada noche y en tres idiomas. Ya  había llegado el gran jueves, el día de la exposición. Sin apenas tiempo, habíamos preparado una presentación que parecía ser determinante ante el futuro diploma. Los nervios afloraban, las miradas se perdían en busca de las palabras correctas pero el ambiente que creamos entre todos nos tranquilizó. Durante la mañana escribí mi primera pequeña reflexión en inglés durante 15 minutos, hablé de filosofía durante una hora, expliqué la última utopía que había leído, hice de tigre (ya no recuerdo el día que empezó mi documental) y todos unidos, tiramos nuestros miedos a la papelera antes de la exposición. Así que, nada podía salir mal. A las 6 de la tarde todos sonreíamos y comenzamos a dividirnos: algunos visitaron museos (descubriendo algún que otro secreto), otros durmieron y los más precavidos (o no) organizaron la lista de la compra. Después de la cena, empezamos a beber y a jugar, a hacer cascadas y a putear al de al lado con Mysha presente. Josico nos sorprendió, una vez más, con medio labio cortado y pidiendo ron para curar la herida. Siguiendo las recomendaciones de su roommate (su escudero en nuestro idioma) cogió un rollo (literal) de papel y se lo pegó en la boca. Tenía papel para limpiar toda la habitación pero eso no importaba: ¡Otro cubata Irene! Se escuchaba continuamente. Quizás esa fue la raíz del problema para algunos. Después de los “yo nunca” en el que más de uno/a nunca dejó de beber, y de la continuas visitas de nuestro recepcionista nos dirigimos al puerto. Josico llevaba la bolsa, eso lo sabemos todos. En el puerto, algunos pagaron chupitos hasta vaciarse la puta cartera y otras los pagaron recibiendo las vueltas con intereses (muy injustamente). La manada se fue dispersando hasta que a la vuelta, pequeños grupos caminaron por las calles de Cartagena, con un viento helado que comenzó a cambiar. A la mañana siguiente al despertar, vi como mi compañero se incorporaba, suspiraba y le daba al play a una canción que estaba en pleno subidón. De repente, dos mascachapascomenzarón a bailar y a saltar por la habitación habiendo dormido dos horas y borrachos perdidos todavía. El resultado fue devastador. En un amago de recuperación, miré mi móvil y escuché el siguiente mensaje: “Josevi, joputa, sal de la habitación (mujer con la voz destrozada y con dos  borrachos más a su lado)”, eso fue lo último que me dijeron aquella noche pero en ese momento yo ya estaba durmiendo. 


           
       Jueves después de que Ruben nos invitase amablemente a abandonar el Hall Rojo

Él dormía, pero otros no. Después de la presentación y de las medallas, después de la siesta y el alcohol, después de destrozar mi cuarto y llenarlo de un chorreón de sangre -así estaba de pegajoso la mañana siguiente- y después de exprimir la cartera como si no existiese un mañana, aún estábamos en el sofá de los lilas. Media docena de Jägermeister, Tequila y el chupito congelado, otros tantos ginebras, y, como bien ha explicado el tigre, un camino a casa lleno de charlas, risas, locuras... y nos estancamos en aquel sofá. No soy capaz de recordar muy bien por qué nos reíamos tanto allí, vivos pero casi inconscientes, luchando por no dormir. Pero recuerdo que fue mítico. Después nos fuimos a dormir, y maldita la hora. Cuando nos levantamos, la borrachera estaba en su punto álgido. Tres alarmas y dos gritos de mi compañero no bastaron: tuvo que moverme la cama y quitarme las sábanas de encima para despertarme. Una ducha solo sirvió para darle rienda suelta al alcohol que habíamos intentado adormilar a base de dos míseras horas de sueño, y cuando Ash me vio entrar a la clase -así como todos mis compañeros y los que me cruzaba por el pasillo- lo primero que dijo fue: "Drink a glass of water, Eidrian". La primera hora fue bien para todos, aún estábamos borrachos. La agonía vino después. Me dejaron irme y no retorné hasta la hora del diploma, quintando un intento de bajar a comer, que hasta fue aplaudido -gracias amigos- pero que no sirvió de nada. Dos cucharadas de salmorejo -¿Salmorejo? Si me hubiera puesto yo en la cocina hubieran sabido lo que es un salmorejo, je, je- del cual me sorprendí que no llevase patatas fritas, y pal catre. Después llegó la hora de los diplomas, y el mítico puño de josico al techo. Enric lo tiene grabado en la retina, pero todos lo vimos. Muchacho, eres un grande. A mi, por cierto, me cosieron a hostias los hijos de su madre. 

Siesta monumental y a intentar beber otra vez. No nos entraba el alcohol. Ni usando jeringa. Pero al final despertamos. Se nos unió Halina en el City Hall, más loca incluso que dando clases, con su sudadera de rapera y el gorro puesto, al ritmo de una extraña música funky y con el láser rojo apuntando a la presa, estilo robocop o terminator. Pipipipipi. Objetivo localizado. Barón de estatura media-alta, moreno, soltero porque ya lo se de darle clase, apuesto, de buenas espaldas y que lleva toda la semana mirándome las tetas en las aulas. Así que después de medio concierto en Directo, nos fuimos a Soho. El camino fue largo pero divertido. Algunos pinplándose la botella de Ron cual piratas a la deriva, Robocop sin dejar escapar a la presa -la cual tampoco se alejaba lo mas mínimo- y los demás mirando, riendo y charlando. Llegamos, entramos sin DNI -30 personas conquistan hasta las más fuertes plazas-, nos hicimos un hueco y al lío. Mi compañero de escritura os contará alguna que otra peripecia con un billete, y algo más que se tercie. Yo sólo diré que estaba cansado, pero que salté, bailé y grité. Como todos. Y que el mejor momento de la noche fue cuando, tras la estela del gran Mariano, conquistador de musas, rompedor de cinturas, fuimos a la sala contigua a bailar bachata. Algunos no sabíamos, pero improvisamos y hasta salió bien. Fue un momento estupendo. Después partimos de nuevo hacia el Hotel. Por última vez. Hablábamos, reíamos, pero todos sabíamos que retornábamos de fiesta para no volver. Aunque aún nos sentaríamos otra vez en aquel sofá, lugar que quedaría grabado a fuego en nuestra memoria como punto de encuentro a través del tiempo y la distancia, a través de los años y las vidas que nos quedan por vivir.  

Sillón estilo los serrano el Viernes antes de desayunar 6:30 AM

Desayuno del Viernes después de la larga espera 7:30 AM


La fina línea que separó el viernes del sábado (como la que separó mi billete de 20 en dos) fue una cabezada de una o dos horas. ¿A las 9 de la mañana? Sí, si habíamos recuperado la botella de ron del árbol todo era posible. Acabamos en nuestro sofá lila, todos “onfire” expulsando un llameante aliento a alcohol que podía quemar el hotel entero (aunque Irene ya casi lo consigue en su exposición). ¿Qué podíamos hacer para confirmar la llegaba del sábado y de la despedida? Ir a desayunar. Y allí, con sus preciosos jubones, entraron los mosqueteros al desayuno, fueran tres o más daba lo mismo, habían ganado la batalla y no la guerra, y desafiaban con la mirada a cualquier impostor que siguiera con vida. Se aposentaron en su mesa y recompusieron sus fuerzas para el peor de sus días. Hablando con miradas solo podíamos desearnos suerte para el sprint final. Hicimos nuestras maletas y con esa “siesta” mañanera emprendimos nuestro regreso. Recuerdo algunas personas con las que me llegué a despedir hasta tres veces, por miedo a no volverlas a ver. En cambio, hubo otras a las que ni tan siquiera pude decirles adiós. 

Todos (o casi todos) en TheTube, el primer día


Aún así, guardo en mi memoria cada una de ellas que estuvieron haciendo “el nosotros” un grupo heterogéneo demasiado agradable, demasiado único, unido y del que extraño tantísimas cosas que me cuesta enumerarlas. Ya en el tren, observaba melancólico por la ventana la gran cantidad de cosas que dejábamos atrás a nuestro paso: Pueblos enteros, estaciones, coches, muros, campos, molinos, montañas…. Una semana en aquel lugar en comparación a toda una vida era como aquel viaje en el tren, en el que ves cientos de cosas pasar sin poder apenas retenerlas en tu retina. Sin embargo, en cada viaje, en cada trayecto, conseguimos recordar alguna de esas cosas que permanecen al lado de las vías, impasibles con el paso del tiempo. Ya sea una casa medio derruida o un graffiti en la pared de alguna estación. Las vemos durante un segundo y nos sirve para toda un vida. Y cada vez que pasamos por ese mismo punto intentamos volver a verla porque sabemos que una vez estuvo allí y pudimos encontrarla. Aunque sea la cosa más insignificante del mundo, la queremos. Seremos la única persona en todo el vagón que se está fijando en ese detalle pero no lo olvidaremos. Vosotros sois ese molino abandonado, esa senda que se pierde en la montaña. Pensaremos en aquella pequeña anécdota del camino y cada vez que lo pasemos de nuevo, lo buscaremos para poder encontrarnos una vez más. Espero que esto solo sea el principio de muchos viajes más y que todos juntos volvamos a dar color a este fantástico paisaje.


P.D: Mariano y yo dejamos la ciudad en último lugar. Siempre le agradeceré aquella barra de pan, queso sin lactosa y jamón serrano con los que me obsequió, cerca de las cuatro de la tarde, antes de subir al tren y sentir todo lo que ha descrito mi compañero Josevi con increíble maestría. A las 9 de la noche llegamos a Madrid, después de media docena de partidas de ajedrez en las que salí escaldado (era un genio, mi Mariano, ya veis que no sólo bailaba) y me despedí de él, dándole un abrazo que, a la vez que para él, era para todos vosotros. 

Por   A. y LdF

lunes, 7 de octubre de 2013

Paréntesis




He aquí un paréntesis en la historia, en el largo y estrepitoso camino que cabalgamos. Retomo la identidad perdida en un amago de añoranza y serenidad. Enfrento los espacios en blanco y juego con el sorteo de las palabras. Despierto los pensamientos más escondidos y les doy vida tan solo un instante para reencontrarme de nuevo, reinventado y fortalecido. Todo cambia constantemente, pero podemos dejar que nos cambie o cambiarlo nosotros, dejar al director que escriba nuestra historia o escribirla nosotros mismos: Acentuando las escenas más hermosas, encomillando algunas excepciones y colocando puntos en las oraciones demasiado largas y egoístas. A veces, querría haber sido aquel que imaginaba con los ojos cerrados para encontrar la esencia de muchos años perdidos, de días que se hacían noches y de noches que nunca dejarían de serlo. Querría haberme parado en el camino, a contemplar el paisaje y a perderme en él una vez más. Sin embargo, volé lo más lejos que pude y me reinventé manteniendo mi mirada perdida pero renovando lo desgastado. Hoy me reinvento una vez más porque las pequeñas ilusiones han acabado demostrando ser tiempo perdido. Si nadie da más, no habrá mejor oferta. Todos nos protegemos, todos tenemos miedo a lo que pueda herirnos y esperamos a que luchen los demás. Por eso a veces hay que descansar, porque no vamos a luchar solos. Quizás en otro lugar, en otro tiempo, después de volar. Pero puedo admitir, que para quien estaba acostumbrado, es muy difícil aceptarlo.
Aquí solo estoy yo y si debo algo a alguien es a este papel que me deja orientarme. Muy pronto volveré a volar.

A.

jueves, 3 de octubre de 2013

To be.



No quiero se tu segunda opción, ni tu "cuando se pueda", ni tan si quiera tu límite inmoral. Creo que puedo seguir siendo yo y tú la misma que me encontré. No han hecho falta palabras nunca así que podemos ser lo que el tiempo nos diga que seamos.
Ahora quiero ser tu amigo, el ajeno a todo, el lejano y ausente pero que aparece cuando se le necesita. Quiero ser el que te da la mano y no propone un "no" por respuesta. Quiero ser tu salida de la rutina y de los problemas, y muy de vez en cuando quiero ser el que te abrace.
Quiero ser o dejaré de serlo.

                A.

martes, 4 de junio de 2013

Pequeña sonrisa.



No me digas lo que debo hacer, no te ofendas si no te hago caso. Te pediré que hables, me pediré escucharte, te daré la razón pero no responderé ante ella. Son cosas que suceden, que impactan, que son. Le restaré importancia con un par de razones y te sonreiré para afirmar que te estoy mintiendo. Incurriré en el aviso, para asegurarme de que la mentira se convierte en verdad. Verdad que preocupa, verdad que se siente. Me devolverás la sonrisa y me dirás que te alegras de que haya madurado y de que dejara las ilusiones fugaces al otro lado del charco. Las ilusiones de un niño que necesitaba jugar aunque fuera con fuego. Una nueva sonrisa brotará ahora de tus labios para advertirme del engaño, de que sabes que me miento y te miento, y de que además, tú también me estás mintiendo. Sabrás que sigo siendo el mismo aunque no te lo diga, aunque no lo recuerde. Sé que ha corrido mucha tinta desde entonces pero mi pobre letra sigue siendo la misma. Mañana te diré que eso ha sido todo, que el cuento se ha acabado y me ayudarás a reducir toda una mente a la simple realidad, a la mezquina metáfora de todas las historias que no tienen más función que la de no dejarte sin nada. Sabrás que sigo siendo aquel que imaginaba, aquel que miraba con los ojos cerrados y el que si se presentaba así ante ti era porque tenía algo nuevo que contarte.

A.

domingo, 21 de abril de 2013

Una forma de vida.




Era tal y como la recordaba, su rostro de no haber roto un plato, su piel que parecía recién puesta, incluso sus inocentes y seductores ojos que le llamaban de nuevo. Apareció entre las viejas estanterías de la biblioteca, entre la sección de filosofía y las grandes enciclopedias que nunca nadie pareció utilizar jamás. Él solo pasaba de largo, como un pasajero más entre tanta aventura. En realidad no, buscaba un poema que aprendió de memoria muchos años atrás, bastante largo, un poema que le enamoró. Recordaba pequeños fragmentos ya que el tiempo le había hecho olvidar parte de su pasado, con o sin voluntad; como tantas otras cosas que se olvidan sin querer; como otras que se olvidan después de mucho esfuerzo y deseo; o incluso como las que se intentan olvidar y jamás se olvidan.  Él recordaba: “Si el hombre pudiera decir…” Sabía que allí estaría el libro polvoriento que limpió en su día pero no recordaba al autor y su paciencia le superó. Sin embargo, a ella la recordaba indeleble y sus pasos se desordenaron al verla aparecer:

-        ¿Qué buscas? –dijo ella con la sonrisa de las mediáticas películas cuando al reencuentro inesperado le acompaña una engañosa calma-.
-         Un poema. –pudo llegar a decir él-.
-         ¿El poema que nunca recuerdas a su autor? –ella ya estaba jugando-.
-         Sí, el de “si el hombre pudiera decir…”
-         “… lo que ama”. –su sonrisa brilló todavía más si cabe-.
-         Eso es. –y desvió su mirada hacia el suelo-.
-   Luís Cernuda. Tú me lo enseñaste y yo memoricé aquello que nunca conseguías recordar.
-         Parece una falta de respeto por mi parte. –dijo mientras seguía mirando hacia sus pies-.
-         O una mente demasiado ocupada.
-      Así he sido yo. ¿De dónde vienes? –preguntó después de utilizar todo lo que le quedaba en fuerza de voluntad-.
-         De muchos lugares y de muchos años atrás.
-         Yo te veo igual. –y levantó la mirada-.
-         Tú me sigues viendo con 18 años, tan inocente como insegura.
-         Te veo con los ojos que te conocían, por mucho camino que hayas hecho.
-         Te he buscado por todas partes.
-         ¿Y a qué has venido?
-         Te lo estoy diciendo. –Ella seguía jugando-.
-         Hace muchos años que te fuiste, no quieras invadir mi mente ahora.
-         No puedo ignorar el echarte de menos.
-         Decirme que me echas de menos también es una falta de respeto hoy en día.
-         Entonces empezaré a respetarte el día que me vuelvas a dejar estar contigo.
-         Esos días acabaron el día que te vi marchar.
-         Esos días no hicieron más que empezar. “Tú justificas mi existencia, si no te conozco, no he vivido, si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”.
-        Tú misma recitas el final de los poemas. ¿Por qué eres así? Sabes que te habría seguido hasta el fin del mundo y me lo negaste. Eso quedó atrás, no me pierdas de nuevo.
-      ¿Realmente crees haber encontrado alguna persona que te acompañe mejor que yo en todo este tiempo? –dijo ella al tiempo que se le acercaba un poco más-.
-         He encontrado una forma de vida que no necesita de nadie como tú.
-         Veamos si esa forma de vida te besa como yo.

Su cuerpo entero comenzó a moverse. Los brazos rompieron el aire con cierta suavidad y las piernas trataron de orientarle. Todo era una perfecta sintonía de los pies a la cabeza. La temperatura corporal ascendió rápidamente y microscópicas gotas de sudor se amontonaron en su espalda. Como si fuera una ecuación, la frecuencia cardíaca también aumentó y sacudió el cuerpo con más fuerza. El olor tan natural le estremecía de placer pero ya no podía parar. Era un olor libre, limpio, fresco, dulce. El viento cortaba contra los rasgos de su cara pero ya no podía parar. Todos los sistemas de su cuerpo formaban uno, sus músculos marcaban un compás que dirigía su mente, sus pensamientos volaban por encima de él. No conseguía convencerse de lo que hacía pero ya estaba demasiado centrado en su cuerpo como para pensar con claridad. Era un “carpe diem” en toda regla y disfrutaba con ello. Ya no podía parar. El sudor se amontonaba y se disuadía por la camiseta, incluso por los pantalones. La ropa le molestaba pero ya disfrutaría después de quitársela. El placer aumentaba con el cansancio, con cada ráfaga de aire fresco, con cada pensamiento olvidado. Tan solo quería superarse a sí mismo. Llegar tan lejos o tan cerca como pudiera, en función de cuál fuera su destino que ni él mismo sabía. Era su reto, su meta individual y secreta. Se superaba a sí mismo, ante su vida y sus promesas. Sabía que un día lo lograría y lo estaba haciendo, estaba llegando hasta el final. El tono de su respiración aumentaba y a veces incluso, perdía el ritmo si pensaba en ello. Al espirar notaba el cálido dióxido de carbono, recién salido de sus pulmones para dejar paso al oxígeno, convertido en su único alimento. Humedecía sus labios mientras jugaba con las contracciones de sus músculos. La pasión lo envolvió y gritó de la alegría. Su esfuerzo se había convertido en una forma de vida.

Corría de forma constante, rítmica, mirando 5 metros por delante de él. Nada le retenía en aquella carrera, disfrutaba de la vida, de su cuerpo. No necesitaba a nadie más que a sus piernas que no dejaban de correr. Se desinhibía de todo por lo que ya no podía parar, ni de correr ni de soñar. Los brazos marcaban el vaivén, facilitando el movimiento a la parte inferior de su ser. La mente era libre, pensaba mil cosas y de pronto, dejaba de pensar en nada. La sensación era muy distinta a cuando se estaba quieto, en un sofá, golpeando la realidad contra la ventana. Ahora él golpeaba a la realidad y la retaba hasta poder ver quién llegaba más lejos. Exprimiendo al cuerpo de esa manera todo parecía distinto. Cualquier cosa podía perder importancia, cualquier cosa que no fuera él. Por eso, por eso ya no podía parar.

Correr, esforzarse, superarse a sí mismo… una forma de vida, igual o mejor que cualquier otra.

A.

martes, 2 de abril de 2013

Sin aviso.





Observaba el mar, que parecía el mismo mar que hacía un par de horas o incluso unos años también. Las olas marcaban el mismo tempo y le hacían navegar a la velocidad de un sueño. La espuma se creaba y se disipaba con un pequeño orden. La luz solo cambiaba la dirección del brillo y las nubes jugaban a crear formas por encima de él. En ese momento sus pensamientos fueron asaltados por una fuerza externa:

-          ¿Quién eres? –escuchó detrás de él-.
-          Me faltaría tiempo para explicarme. –dijo él mientras se giraba-. Te he visto antes, ¿verdad?
-          Sí, era yo. Te advierto que tiempo es lo que no tienes.
-          Tiempo es lo que no me das, pero no tengo una respuesta fácil. A veces, no existe.
-          Creo que hablas demasiado. ¿Te lo han dicho alguna vez? –dijo ella con una media sonrisa-.
-          No es la primera vez. –dijo él contestándole con la suya-. Tú omites palabras que dirías. Se te nota al hablar, demasiados silencios entre ellas.
-          No sé, no quiero que hables, es sencillo.
-          Soy diferente y tú no puedes ser tan sencilla.
-          No sabes nada de mí. Deja de idealizarme.
-          No tengo más remedio con el tiempo que me das. Somos dos motas de polvo que acaban de encontrarse ¿Tan raro es que te mire a los ojos?
-          Un poco, no estoy acostumbrada. Podrías mirarme por fuera y ya está. En serio, ¿estamos discutiendo?
-          ¿Pero a que es la mejor discusión que has tenido jamás?
-          Sin duda alguna. –dijo ella mientras los dos reían con suavidad-.
-          Lo normal sería pedirte que pasases la noche conmigo, ¿no?
-          Sí, bueno, parte de ella solo. –matizó ella-.
-          Entonces lo dejaré en tus manos, no me voy a ir de aquí si lo rechazaras.
-          Sería lógico que te fueras. Tienes mucho barco que admirar y disfrutar. Puedes irte.
-          No, lo que no sería lógico sería perder mis formas y mi estilo. Estoy cómodo.
-          Entonces me iré contigo pero no me conoces.
-          Eso dependerá de ti.
-          Quizás no sea lo que esperas.
-          Quizás no sabes cómo soy.

Pocas horas después, amaneció en alta mar con mucho oleaje. La estabilidad se perdía por momentos. Se sentía miedo por las paredes y los pasillos, la gente no estaba  acostumbrada a aquel vaivén. Algunos perdían los nervios, se aferraban a cualquier cosa para moverse lo menos posible y ponían malas caras. Otros bailaban con la música que daba fin a la noche, como si no hubiera un mañana. Él era uno de ellos, pensaba que si se hundía tenía que ser con esa sensación tan placentera. Por eso se dejó llevar ante el miedo, la música y el mar.

El viento había soplado sin piedad, separando las motas de polvo, y desplazándolas cada una en una dirección distinta, con la única esperanza de que la suerte las volviera a encontrar.


A.

lunes, 4 de marzo de 2013

Asesinos de sonrisas


Silba el aire que me rodea
Callejeando sin rueda ni compañera.
Da coraje pararse más de un año
Con tanto recuerdo, con tanto daño.

He buscado en cada rincón,
Mirando más pa fuera que pa dentro
Apostado sobre cada una de las aceras
Viendo pasar la vida, toda ella, toda entera.

Me equivoqué de cruce y caí de bruces
Estuve en el suelo más de lo que debiera
Por una burda historia de sueños,
Sin sentido alguno que me sedujera

Ya basta me dije, que tan jarto estaba
De zascandileo a lo que el amor se refiere
De las balas perdidas o de las perdidas miradas
Que llegaron hasta mi morada.

Me levanté con más de un cable
Y sin aires de fantoche de buena tinta
Corrí a ninguna parte siempre y
Cuando cada parte fuese distinta

Entre tanto calor y tanto frío
Resurgí como Fénix entre cenizas
Y olvidé a los que castraron mi mente:
A los asesinos de sonrisas.

A.

sábado, 26 de enero de 2013

Son cosas de las musas, nunca avisan puñeteras



Estuve más de una hora cabizbajo, buscando una razón para escribirme, encontrando tantas palabras triviales como la primera. Pensé en lo sueños, en los momentos ficticios que deseo que sean o los que añoro porque no vuelven a ser. Me di cuenta que me importa bien poco, que sueño vagamente, que las pequeñas sonrisas me guían, como el faro al marinero, como la luna tras el cielo. Con cierto sarcasmo me dicen: - No es real, aparca tu mente en la próxima estación. Y yo, sin mucho titubeo, lo acepto, mientras apático me veo. Entonces pienso que “son cosas de las musas, que nunca avisan puñeteras” y pienso en ellas y en sus sonrisas, en la inspiración que aterriza, que te ordena las palabras y les pone su acento para impactar en el momento más oportuno. Luego vuelve a irse sin mirar atrás, sin dejar rastro, dejándote solo con una hoja medio arrugada y unas cuantas líneas que no te dicen por dónde vas. Hoy no llego a ninguna conclusión, tampoco tenía objetivo. Hoy vivo el momento, hoy quiero hoy y mañana ya me preocuparé cuando mañana sea hoy.

 Hoy me ha hecho sonreír un limón, un limón que quiero hoy.

A.