lunes, 7 de julio de 2014

No se sabe el qué





Venía de un lugar muy muy lejano, tan lejano como el suyo, donde sus lugares también lo eran entre sí. La vio sonriendo, bailando con un hombre alto y fuerte que presumía cortejarla. No parecían conocerse mucho más de lo que él la conocía. Sin embargo, ellos bailaban pegados mientras él la observaba sentado con su copa, respirando el aire del oeste, esperando su oportunidad. Esa misma tarde la había visto por primera vez en su nuevo hotel, mientras cogía sus credenciales en recepción. Quizás no era la historia más bonita, ni tan si quiera la más especial, pero era una de esas historias que se cuentan por la gran poca cantidad de cosas que suceden y por las pocas palabras que se dicen, muchas menos de las que se piensan e increíblemente menos de las que se sienten.

Él estaba con un amigo y junto a los amigos de ella. Todos venían del mismo hotel. Disfrutaba del momento, alejado de su pequeño mundo, ilusionado con poder hablarle. En ese momento, ella se sentó a su lado mientras contaba aterrorizada que aquel hombre le había pedido sin rodeos pasar la noche en su cama. Sus amigos sorprendidos reían y ella, un poco avergonzada, agachó la cabeza. Cuando la levantó, él estaba en frente suya, con la comisura de los labios entreabierta esperando decir alguna cosa ingeniosa que la hiciera sonreír. Pero buscaba una sonrisa diferente a las demás, egoísta, quería una sonrisa para él.

Tuvo su sonrisa, su nombre, un sueño y algunas cosas más que se esfuerza por recordar. A la vuelta al hotel, cansados, se recostaron en la sala común esperando terminar la noche. Él seguía observándola por momentos esperando conectar con su mirada, tanto que incluso a veces lo conseguía. Pronto ella se despidió y en principio, para siempre. Iba a ducharse y a dormir ya que al día siguiente abandonaba la ciudad. Minutos después, intentando recordar una conversación de aquella noche en la que ella mencionaba en qué piso dormía, se despidió él también. Pero no fue a su habitación sino que subió y bajó escaleras, recorrió los pasillos del cuarto, quinto y sexto piso, observando cada una de las puertas del hotel hasta que su paciencia, su cansancio y su cordura le permitieron. Tan solo quería verla una vez más en persona, decirle que le habría gustado ser aquel tipo fuerte y guapo que bailaba junto a ella, que no entendía el porqué de nada y que sentía no se sabe el qué. Pero fue imposible verla de nuevo. Le habría gustado enseñarle su corazón de piedra, inerte, que tan solo ella desde hacía muchísimo tiempo había conseguido remover por un instante, por una noche, por una pequeña e insignificante ilusión. Y eso que ni tan siquiera llevaba una semana en aquella ciudad.

Desde entonces sabe que algún día en un cuarto, quinto o sexto piso de no importa qué ciudad, bailará con ella.


                                                                                                         A.