domingo, 21 de abril de 2013

Una forma de vida.




Era tal y como la recordaba, su rostro de no haber roto un plato, su piel que parecía recién puesta, incluso sus inocentes y seductores ojos que le llamaban de nuevo. Apareció entre las viejas estanterías de la biblioteca, entre la sección de filosofía y las grandes enciclopedias que nunca nadie pareció utilizar jamás. Él solo pasaba de largo, como un pasajero más entre tanta aventura. En realidad no, buscaba un poema que aprendió de memoria muchos años atrás, bastante largo, un poema que le enamoró. Recordaba pequeños fragmentos ya que el tiempo le había hecho olvidar parte de su pasado, con o sin voluntad; como tantas otras cosas que se olvidan sin querer; como otras que se olvidan después de mucho esfuerzo y deseo; o incluso como las que se intentan olvidar y jamás se olvidan.  Él recordaba: “Si el hombre pudiera decir…” Sabía que allí estaría el libro polvoriento que limpió en su día pero no recordaba al autor y su paciencia le superó. Sin embargo, a ella la recordaba indeleble y sus pasos se desordenaron al verla aparecer:

-        ¿Qué buscas? –dijo ella con la sonrisa de las mediáticas películas cuando al reencuentro inesperado le acompaña una engañosa calma-.
-         Un poema. –pudo llegar a decir él-.
-         ¿El poema que nunca recuerdas a su autor? –ella ya estaba jugando-.
-         Sí, el de “si el hombre pudiera decir…”
-         “… lo que ama”. –su sonrisa brilló todavía más si cabe-.
-         Eso es. –y desvió su mirada hacia el suelo-.
-   Luís Cernuda. Tú me lo enseñaste y yo memoricé aquello que nunca conseguías recordar.
-         Parece una falta de respeto por mi parte. –dijo mientras seguía mirando hacia sus pies-.
-         O una mente demasiado ocupada.
-      Así he sido yo. ¿De dónde vienes? –preguntó después de utilizar todo lo que le quedaba en fuerza de voluntad-.
-         De muchos lugares y de muchos años atrás.
-         Yo te veo igual. –y levantó la mirada-.
-         Tú me sigues viendo con 18 años, tan inocente como insegura.
-         Te veo con los ojos que te conocían, por mucho camino que hayas hecho.
-         Te he buscado por todas partes.
-         ¿Y a qué has venido?
-         Te lo estoy diciendo. –Ella seguía jugando-.
-         Hace muchos años que te fuiste, no quieras invadir mi mente ahora.
-         No puedo ignorar el echarte de menos.
-         Decirme que me echas de menos también es una falta de respeto hoy en día.
-         Entonces empezaré a respetarte el día que me vuelvas a dejar estar contigo.
-         Esos días acabaron el día que te vi marchar.
-         Esos días no hicieron más que empezar. “Tú justificas mi existencia, si no te conozco, no he vivido, si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”.
-        Tú misma recitas el final de los poemas. ¿Por qué eres así? Sabes que te habría seguido hasta el fin del mundo y me lo negaste. Eso quedó atrás, no me pierdas de nuevo.
-      ¿Realmente crees haber encontrado alguna persona que te acompañe mejor que yo en todo este tiempo? –dijo ella al tiempo que se le acercaba un poco más-.
-         He encontrado una forma de vida que no necesita de nadie como tú.
-         Veamos si esa forma de vida te besa como yo.

Su cuerpo entero comenzó a moverse. Los brazos rompieron el aire con cierta suavidad y las piernas trataron de orientarle. Todo era una perfecta sintonía de los pies a la cabeza. La temperatura corporal ascendió rápidamente y microscópicas gotas de sudor se amontonaron en su espalda. Como si fuera una ecuación, la frecuencia cardíaca también aumentó y sacudió el cuerpo con más fuerza. El olor tan natural le estremecía de placer pero ya no podía parar. Era un olor libre, limpio, fresco, dulce. El viento cortaba contra los rasgos de su cara pero ya no podía parar. Todos los sistemas de su cuerpo formaban uno, sus músculos marcaban un compás que dirigía su mente, sus pensamientos volaban por encima de él. No conseguía convencerse de lo que hacía pero ya estaba demasiado centrado en su cuerpo como para pensar con claridad. Era un “carpe diem” en toda regla y disfrutaba con ello. Ya no podía parar. El sudor se amontonaba y se disuadía por la camiseta, incluso por los pantalones. La ropa le molestaba pero ya disfrutaría después de quitársela. El placer aumentaba con el cansancio, con cada ráfaga de aire fresco, con cada pensamiento olvidado. Tan solo quería superarse a sí mismo. Llegar tan lejos o tan cerca como pudiera, en función de cuál fuera su destino que ni él mismo sabía. Era su reto, su meta individual y secreta. Se superaba a sí mismo, ante su vida y sus promesas. Sabía que un día lo lograría y lo estaba haciendo, estaba llegando hasta el final. El tono de su respiración aumentaba y a veces incluso, perdía el ritmo si pensaba en ello. Al espirar notaba el cálido dióxido de carbono, recién salido de sus pulmones para dejar paso al oxígeno, convertido en su único alimento. Humedecía sus labios mientras jugaba con las contracciones de sus músculos. La pasión lo envolvió y gritó de la alegría. Su esfuerzo se había convertido en una forma de vida.

Corría de forma constante, rítmica, mirando 5 metros por delante de él. Nada le retenía en aquella carrera, disfrutaba de la vida, de su cuerpo. No necesitaba a nadie más que a sus piernas que no dejaban de correr. Se desinhibía de todo por lo que ya no podía parar, ni de correr ni de soñar. Los brazos marcaban el vaivén, facilitando el movimiento a la parte inferior de su ser. La mente era libre, pensaba mil cosas y de pronto, dejaba de pensar en nada. La sensación era muy distinta a cuando se estaba quieto, en un sofá, golpeando la realidad contra la ventana. Ahora él golpeaba a la realidad y la retaba hasta poder ver quién llegaba más lejos. Exprimiendo al cuerpo de esa manera todo parecía distinto. Cualquier cosa podía perder importancia, cualquier cosa que no fuera él. Por eso, por eso ya no podía parar.

Correr, esforzarse, superarse a sí mismo… una forma de vida, igual o mejor que cualquier otra.

A.

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