Observaba el mar, que parecía el mismo mar que hacía un par de horas
o incluso unos años también. Las olas marcaban el mismo tempo y le hacían navegar
a la velocidad de un sueño. La espuma se creaba y se disipaba con un pequeño orden. La
luz solo cambiaba la dirección del brillo y las nubes jugaban a crear formas por
encima de él. En ese momento sus pensamientos fueron asaltados por una fuerza
externa:
-
¿Quién eres? –escuchó detrás de él-.
-
Me faltaría tiempo para explicarme. –dijo él
mientras se giraba-. Te he visto antes, ¿verdad?
-
Sí, era yo. Te advierto que tiempo es lo que no
tienes.
-
Tiempo es lo que no me das, pero no tengo una
respuesta fácil. A veces, no existe.
-
Creo que hablas demasiado. ¿Te lo han dicho
alguna vez? –dijo ella con una media sonrisa-.
-
No es la primera vez. –dijo él contestándole con
la suya-. Tú omites palabras que dirías. Se te nota al hablar, demasiados
silencios entre ellas.
-
No sé, no quiero que hables, es sencillo.
-
Soy diferente y tú no puedes ser tan sencilla.
-
No sabes nada de mí. Deja de idealizarme.
-
No tengo más remedio con el tiempo que me das.
Somos dos motas de polvo que acaban de encontrarse ¿Tan raro es que te mire a
los ojos?
-
Un poco, no estoy acostumbrada. Podrías mirarme
por fuera y ya está. En serio, ¿estamos discutiendo?
-
¿Pero a que es la mejor discusión que has tenido
jamás?
-
Sin duda alguna. –dijo ella mientras los dos
reían con suavidad-.
-
Lo normal sería pedirte que pasases la noche
conmigo, ¿no?
-
Sí, bueno, parte de ella solo. –matizó ella-.
-
Entonces lo dejaré en tus manos, no me voy a ir de
aquí si lo rechazaras.
-
Sería lógico que te fueras. Tienes mucho barco
que admirar y disfrutar. Puedes irte.
-
No, lo que no sería lógico sería perder mis
formas y mi estilo. Estoy cómodo.
-
Entonces me iré contigo pero no me conoces.
-
Eso dependerá de ti.
-
Quizás no sea lo que esperas.
-
Quizás no sabes cómo soy.
Pocas horas después, amaneció en alta mar con mucho oleaje.
La estabilidad se perdía por momentos. Se sentía miedo por las paredes y los
pasillos, la gente no estaba
acostumbrada a aquel vaivén. Algunos perdían los nervios, se aferraban a
cualquier cosa para moverse lo menos posible y ponían malas caras. Otros bailaban
con la música que daba fin a la noche, como si no hubiera un mañana. Él era uno de ellos, pensaba que si se hundía tenía que ser con esa sensación tan placentera. Por eso se dejó llevar ante
el miedo, la música y el mar.
El viento había soplado sin piedad, separando las motas de
polvo, y desplazándolas cada una en una dirección distinta, con la única
esperanza de que la suerte las volviera a encontrar.
A.
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