Salvador Dalí.
Una vez más, cuando más rápido
avanzan las agujas y menos tiempo existe para sentir al tiempo pasar consigues,
desde la parte más profunda e inaccesible de tu pensamiento, despertar una
chispa que organice todas esas ideas inconexas. Cuando el mundo más te exprime
y utiliza surge, de repente, esa explosión que ordena el desorden. Pero esa
explosión no aprende ni entiende de tiempos ni compases.
En cambio, tú sí que has
aprendido a sacarle tiempo al tiempo, a ganar los segundos que no existen, a
perder los minutos que no tienes, a dejarlo todo mientras dure la explosión, a sacrificar
media hora para ganar una sonrisa, a no decir nada pero a entenderlo todo. Intentas
justificarte aunque no tengas que hacerlo. Del mismo modo que cuando escuchas a
tu cuerpo, corres, también escuchas a tu mente traduciendo y escribiendo sobre
un papel cada uno de los susurros.
Ahora ha surgido ese momento,
lleno de susurros, que viene con mayúscula sin saber cómo y que se va con tu punto
final. Te das cuenta de que llevas mucho tiempo queriendo creer, que no es
tanto el empeño que le pones, que no son tanto las ganas de soñar sino las de encontrarse
a sí mismo, las de inventarse de nuevo. Hasta que un día, una vez más, surge
esa nueva explosión que ordena el desorden, esa musa puñetera que conecta con
tus pensamientos. Entonces crees querer y te obligas a pararte un instante
aunque el reloj no haya aprendido a descasar.
A.
Chapeau!
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