viernes, 26 de agosto de 2022

Entre cenizas

 

CRÓNICA 

Parte 4



Al caer la noche, Aramis esperaba en un pequeño comedor que había en la planta superior. Había preparado pescado, queso y vino. Estaba terminando de encender un par de candelabros cuando la puerta del comedor se abrió. Fleur estaba más hermosa que nunca. Llevaba un vestido blanco lino con estampados de flores y hojas verdes. Su cabello lucía una preciosa trenza que se entrelazaba con diferentes lirios hasta alcanzar su espalda.

Al fin, sus sonrisas pudieron desnudarse a la luz de las velas. Se miraron y se abrazaron con las palabras durante horas, mientras el vino y el calor sonrojaban sus mejillas. En sus pupilas podía observarse el tintineo radiante del fuego junto a sus rostros. Llevaban tanto tiempo deseando aquel momento que al principio de la cena todavía les costaba disfrutarlo. Estaban nerviosos, sedientos del otro.

De pronto, Aramis se percató de unas luces que aparecieron a través de la ventana. Se asomó lentamente y vislumbró cómo una cola de antorchas avanzaba montaña arriba por el camino. Debían de ser casi cien hombres los que subían por la ladera: Un ejército.

- Ya están aquí. -dijo Aramis con un suspiro-.

Fleur se exaltó y comenzó a hacer aspavientos con las manos tratando de tomar una rápida decisión que salvase sus vidas. Sin embargo, Aramis se mantuvo en silencio, sosegado, hasta que apoyó su frente en la de ella, cerró los ojos y sin perder la magia, le dijo:

- Baila conmigo.

A Aramis parecía no importarle lo que había allí afuera. Estaba decidido a no luchar más, a enfrentarse a su final, a su derrota y a dejar de ser perseguido. Tan solo le importaba ella y aquel momento. Estaba convencido. En cambio, Fleur estaba dispuesta a intentarlo hasta el final. Fleur creía en ellos, en los mosqueteros, y sabía que merecían una oportunidad. Pero cuando quiso reaccionar, ya era tarde. Aramis se le acercó y deslizó suavemente las manos desde sus hombros hasta sus muñecas, recorriendo lentamente cada centímetro de su piel. Fleur quedó petrificada. Aramis enredó lentamente los dedos con los suyos como si se tratase de un mago con sus cartas, con la destreza de saber dónde colocar cada una. Durante más de cinco minutos bailaron, en un único abrazo, en un único cuerpo.

De fondo se oían gritos y el relinche de decenas de caballos. A cada minuto se vislumbraba mejor la luz del fuego de las antorchas que se acercaban. Sin inmutarse, escucharon el crujir de los cristales de una de las ventanas y vieron cómo entraba una piedra envuelta en fuego. Sucesivamente fueron llegando más y más piedras. Ninguna consiguió golpearles, pero tampoco era ese su objetivo. De repente, uno de los sillones prendió y el fuego comenzó a propagarse por una de las paredes. Fleur amagó con separarse, pero Aramis sin gran esfuerzo la retuvo entre sus brazos. Sus siluetas se trasladaron a la pared opuesta al incendio y se entrelazaron a la luz de las llamas, formando sombras de innumerables formas y tamaños que crecían y disminuían por momentos. Eran dos cuerpos que jugaban a ser uno, unidos por dos finas sombras que en ocasiones se fusionaban. Bailaban tan pegados que notaban el latir exaltado de sus corazones.

El humo comenzó a invadir la habitación, pero ellos permanecieron juntos, abrazados. En un momento dado, las sombras se perfilaron claramente en la pared y se pudo discernir cada una de las partes de sus caras: la frente, la nariz, los labios y el mentón. No quedaba más tiempo y las sombras de sus rostros se acercaron muy lentamente, frente a frente, nariz con nariz y boca con boca, tan próximas que desaparecieron en la oscuridad. La gran sombra se movió como la marea de un mar en calma, voluble y densa, tan testigo de un inminente final como de un amor verdadero. Sus cuerpos ardían y se estremecían por dentro mientras el fuego comenzaba a propagarse por toda la habitación. Aquel beso duró hasta el final, hasta que el humo les impidió mantenerse en pie, se tambalearon y perdieron la consciencia.

Aramis había encontrado su razón de vivir después de muchos años y de tantas batallas. Estaba convencido de que era el mejor final que jamás había podido imaginar. Ella y él envueltos en llamas. Pronto se abrazarían entre cenizas hasta la eternidad. Y los mosqueteros y sus crónicas pasarían a ser definitivamente una leyenda. ¡Y qué leyenda!

 

 

A.

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