CRÓNICA
Parte
3
Habían
transcurrido un par de horas cuando la niebla ya se había disipado por
completo. El bosque ya había dejado paso a una llanura extensa y de árboles
solitarios. A los costados del camino comenzaban a amontonarse rocas de gran
tamaño, desprendidas de las gigantescas montañas que los rodeaban. El desnivel
aumentaba progresivamente hacia los pies del Mont Blanc, que aún quedaba bien
lejos. Paseaban en hilera a unos diez metros de distancia donde encabezaba Athos,
seguido de Porthos, Aramis y Jerome, que cerraba la caravana de jinetes.
Fleur
tenía la cabeza apoyada en uno de los hombros de Aramis y la ladeaba suavemente
al ritmo del caballo. Sus manos envolvían a Aramis por la cintura y sus ojos
descansaban muy cerca de los suyos. Aramis sentía de nuevo el calor en su
espalda, de sus cuerpos, de sus vidas. Notaba su pausada respiración, su olor
inconfundible y el cabello, que le acariciaba el cuello cuando soplaba el
viento. Al cabo de unos minutos, Aramis le susurró al oído y la despertó:
-
Ya hemos llegado.
Se
encontraban en lo alto de una de las montañas de la sierra conocida como el
collar de Allevard. Un poco más abajo, se permanecía el pequeño pueblo que le
daba nombre al collar. Delante de ellos apareció una imponente masía de dos
plantas, con grandes extensiones de tierra y un pequeño muro que la rodeaba. Un
joven les abrió la puerta exterior que daba acceso al recinto y entraron a
descansar. Ya amanecía cuando Aramis acompañó a Fleur a la habitación en el
segundo piso y la observó hasta que recuperó el sueño, segundos después.
Seguidamente decidió bajar de nuevo a tomar un trago en el salón. Habían pasado
muchas cosas y muy deprisa. No había tenido tiempo de procesar toda la
información, todo el riesgo que habían asumido y que seguía asumiendo. No había
dado dos tragos a la copa cuando Jerome apareció y se sentó en otro sillón diciendo:
-
¿Pensabas que te dejaría solo esta noche? -preguntó a través de una mirada
complaciente y sorbiendo su primer trago-.
-
Nunca dejas de sorprenderme Jerome. Gracias por sacarla de allí y por estar
aquí, conmigo.
-
Gracias a ti por luchar por la justicia, por creer querer, por todos nosotros.
Rápidamente
Aramis hizo un gesto levantando la copa en lo alto y Jerome le imitó. Ambos
brindaron por la vida y por el amor.
A
la mañana siguiente, Aramis se despertó sobresaltado sintiendo un filo helado sobre
su espalda. Cuando abrió los ojos únicamente pudo ver otros ojos marrones,
observándole sin mediar palabra. Fleur dejó escapar una media sonrisa y le
acarició lentamente la cara, por las mejillas, cerca de su boca. Aramis comprendió
que tan solo había sido un mal sueño. Miró a su alrededor y por la cantidad de
luz que entraba intuyó que era tarde, ya que el sol debía posarse muy alto.
Aramis había dormido más de ocho horas seguidas, muchas más de las que
acostumbraba a dormir en los últimos meses. Su cansancio y su compañía le
habían hecho dormir como ya casi ni recordaba. Se sentía de nuevo en casa, con
su familia.
Pasaron
escondidos unos días en lo alto de aquella montaña, en los que tan solo el
joven vigía y Jerome bajaban a por suministros. Todos los días traían rumores y
chismorreos que los vecinos de Allevard comentaban por doquier: en las calles,
en los salones y sobre todo en los mercados. Parecía que nadie supiera que se
escondían allí, pero sí sabían una cosa: El duque de Chambèry perseguía sus
pistas con más de cien hombres, batiendo cada montaña, cada camino, cada casa.
Además, una pequeña parte de sus hombres se dirigían a París en busca de la
familia de Fleur. Las vidas de su familia siempre fueron la moneda de cambio
por la que Fleur permanecía junto al conde de Chambèry todo este tiempo. Cuando
las noticias llegaron, Fleur se puso muy nerviosa y sentenció a Aramis:
-
Debo regresar. Si no regreso, sabes que los matarán. ¿No pensaste en eso cuando
viniste a por mí?
-
Ellos estarán bien. Me aseguré que se escondieran. -contestó Aramis-,
-
Yo no quiero que vivan en las sombras como nosotros, merecen mucho más, lo
siento, no puedo quedarme.
Aramis
tragó saliva y se acercó para acariciarle los hombros lentamente:
-
Dame esta noche, aquí, contigo y mañana te doy mi palabra de que sabremos lo
que debemos hacer. Si necesitas volver a por tu familia, te dejaré marchar.
Deseo que estés y estéis bien, pero te necesito esta noche. Siempre protegeré a
tu familia.
Fleur
suspiró y abrazó a Aramis. Confiaba ciegamente en él desde el primer día que le
conoció.
-
De acuerdo, una noche. Pero mañana partiremos. ¿Y qué quieres hacer cuando el
sol se esconda?
-
Quiero cenar. ¡Y bailar contigo!
-
Pero solo una noche.
-
La última noche.
La
sonrisa de Fleur alumbró las cuatro paredes de la habitación y Aramis contestó
con la suya sumiéndose ambos en un fuerte abrazo.
A.
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