Era
tal y como la recordaba, su rostro de no haber roto un plato, su piel que
parecía recién puesta, incluso sus inocentes y seductores ojos que le llamaban de
nuevo. Apareció entre las viejas estanterías de la biblioteca, entre la sección
de filosofía y las grandes enciclopedias que nunca nadie pareció utilizar jamás.
Él solo pasaba de largo, como un pasajero más entre tanta aventura. En realidad
no, buscaba un poema que aprendió de memoria muchos años atrás, bastante largo,
un poema que le enamoró. Recordaba pequeños fragmentos ya que el tiempo le
había hecho olvidar parte de su pasado, con o sin voluntad; como tantas otras
cosas que se olvidan sin querer; como otras que se olvidan después de mucho
esfuerzo y deseo; o incluso como las que se intentan olvidar y jamás se
olvidan. Él recordaba: “Si el hombre
pudiera decir…” Sabía que allí estaría el libro polvoriento que limpió en su
día pero no recordaba al autor y su paciencia le superó. Sin embargo, a ella la
recordaba indeleble y sus pasos se desordenaron al verla aparecer:
- ¿Qué
buscas? –dijo ella con la sonrisa de las mediáticas películas cuando al
reencuentro inesperado le acompaña una engañosa calma-.
-
Un
poema. –pudo llegar a decir él-.
-
¿El
poema que nunca recuerdas a su autor? –ella ya estaba jugando-.
-
Sí,
el de “si el hombre pudiera decir…”
-
“…
lo que ama”. –su sonrisa brilló todavía más si cabe-.
-
Eso
es. –y desvió su mirada hacia el suelo-.
- Luís
Cernuda. Tú me lo enseñaste y yo memoricé aquello que nunca conseguías recordar.
-
Parece
una falta de respeto por mi parte. –dijo mientras seguía mirando hacia sus pies-.
-
O
una mente demasiado ocupada.
- Así
he sido yo. ¿De dónde vienes? –preguntó después de utilizar todo lo que le
quedaba en fuerza de voluntad-.
-
De
muchos lugares y de muchos años atrás.
-
Yo
te veo igual. –y levantó la mirada-.
-
Tú
me sigues viendo con 18 años, tan inocente como insegura.
-
Te
veo con los ojos que te conocían, por mucho camino que hayas hecho.
-
Te
he buscado por todas partes.
-
¿Y
a qué has venido?
-
Te
lo estoy diciendo. –Ella seguía jugando-.
-
Hace
muchos años que te fuiste, no quieras invadir mi mente ahora.
-
No
puedo ignorar el echarte de menos.
-
Decirme
que me echas de menos también es una falta de respeto hoy en día.
-
Entonces
empezaré a respetarte el día que me vuelvas a dejar estar contigo.
-
Esos
días acabaron el día que te vi marchar.
-
Esos
días no hicieron más que empezar. “Tú justificas mi existencia, si no te
conozco, no he vivido, si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”.
- Tú
misma recitas el final de los poemas. ¿Por qué eres así? Sabes que te habría
seguido hasta el fin del mundo y me lo negaste. Eso quedó atrás, no me pierdas
de nuevo.
- ¿Realmente
crees haber encontrado alguna persona que te acompañe mejor que yo en todo este
tiempo? –dijo ella al tiempo que se le acercaba un poco más-.
-
He
encontrado una forma de vida que no necesita de nadie como tú.
-
Veamos
si esa forma de vida te besa como yo.
Su cuerpo entero comenzó a moverse.
Los brazos rompieron el aire con cierta suavidad y las piernas trataron de
orientarle. Todo era una perfecta sintonía de los pies a la cabeza. La
temperatura corporal ascendió rápidamente y microscópicas gotas de sudor se
amontonaron en su espalda. Como si fuera una ecuación, la frecuencia cardíaca
también aumentó y sacudió el cuerpo con más fuerza. El olor tan natural le
estremecía de placer pero ya no podía parar. Era un olor libre, limpio, fresco,
dulce. El viento cortaba contra los rasgos de su cara pero ya no podía parar.
Todos los sistemas de su cuerpo formaban uno, sus músculos marcaban un compás
que dirigía su mente, sus pensamientos volaban por encima de él. No conseguía
convencerse de lo que hacía pero ya estaba demasiado centrado en su cuerpo como
para pensar con claridad. Era un “carpe diem” en toda regla y disfrutaba con
ello. Ya no podía parar. El sudor se amontonaba y se disuadía por la camiseta,
incluso por los pantalones. La ropa le molestaba pero ya disfrutaría después de
quitársela. El placer aumentaba con el cansancio, con cada ráfaga de aire
fresco, con cada pensamiento olvidado. Tan solo quería superarse a sí mismo.
Llegar tan lejos o tan cerca como pudiera, en función de cuál fuera su destino
que ni él mismo sabía. Era su reto, su meta individual y secreta. Se superaba a
sí mismo, ante su vida y sus promesas. Sabía que un día lo lograría y lo estaba
haciendo, estaba llegando hasta el final. El tono de su respiración aumentaba y
a veces incluso, perdía el ritmo si pensaba en ello. Al espirar notaba el
cálido dióxido de carbono, recién salido de sus pulmones para dejar paso al
oxígeno, convertido en su único alimento. Humedecía sus labios mientras jugaba
con las contracciones de sus músculos. La pasión lo envolvió y gritó de la
alegría. Su esfuerzo se había convertido en una forma de vida.
Corría de forma constante, rítmica, mirando
5 metros por delante de él. Nada le retenía en aquella carrera, disfrutaba de
la vida, de su cuerpo. No necesitaba a nadie más que a sus piernas que no
dejaban de correr. Se desinhibía de todo por lo que ya no podía parar, ni de
correr ni de soñar. Los brazos marcaban el vaivén, facilitando el movimiento a
la parte inferior de su ser. La mente era libre, pensaba mil cosas y de pronto,
dejaba de pensar en nada. La sensación era muy distinta a cuando se estaba
quieto, en un sofá, golpeando la realidad contra la ventana. Ahora él golpeaba
a la realidad y la retaba hasta poder ver quién llegaba más lejos. Exprimiendo
al cuerpo de esa manera todo parecía distinto. Cualquier cosa podía perder
importancia, cualquier cosa que no fuera él. Por eso, por eso ya no podía
parar.
Correr, esforzarse, superarse a sí
mismo… una forma de vida, igual o mejor que cualquier otra.
A.