sábado, 17 de septiembre de 2011

Yo conmigo mismo.




Escucho. Es tarde. No hay nadie por la calle. Estoy yo conmigo mismo. Hace frío. ¡Cuánto tiempo sin sentir frío! Frío físico, claro. Las farolas me miran, no tienen a nadie más a quien alumbrar, están solas, como yo volviendo a casa. Era como lo que decía aquel libro tan especial: …Las farolas nos miran con cara de: "Control de identidad, por favor. Tengan la amabilidad de sacar las estrellas de los bolsillos, del pelo, de los ojos. Todo lo que brille, deposítenlo en la bolsa de plástico: sus sonrisas, sus recuerdos, ya no los necesitarán allá a donde van" (Malzieu Mathias. La alargada sombra del amor. 2010). Escucho una canción y cierro los ojos sabiendo que no voy a chocarme con nada por la calle. Tan solo los abro en pequeños momentos para cambiar de dirección y sigo escuchando la canción. Quiero llegar a casa y dormir, estoy realmente cansado. Creo querer, quiero creer. Mañana volveré a ser yo. Y tengo frío, qué placer.

Y escucho, y sigo escuchando la canción.


A.

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