Escucho. Es tarde. No hay nadie por la calle. Estoy yo conmigo mismo. Hace frío. ¡Cuánto tiempo sin sentir frío! Frío físico, claro. Las farolas me miran, no tienen a nadie más a quien alumbrar, están solas, como yo volviendo a casa. Era como lo que decía aquel libro tan especial: …Las farolas nos miran con cara de: "Control de identidad, por favor. Tengan la amabilidad de sacar las estrellas de los bolsillos, del pelo, de los ojos. Todo lo que brille, deposítenlo en la bolsa de plástico: sus sonrisas, sus recuerdos, ya no los necesitarán allá a donde van" (Malzieu Mathias. La alargada sombra del amor. 2010). Escucho una canción y cierro los ojos sabiendo que no voy a chocarme con nada por la calle. Tan solo los abro en pequeños momentos para cambiar de dirección y sigo escuchando la canción. Quiero llegar a casa y dormir, estoy realmente cansado. Creo querer, quiero creer. Mañana volveré a ser yo. Y tengo frío, qué placer.
Y escucho, y sigo escuchando la canción.
A.
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