Recuerdo aquel preciso instante en el que las puertas de la antigua Costantinopla se abrían para él y como si el suelo de una cuerda se tratara, traqueteó a pasó muy lento. Sintió como si decenas de mezquitas le vigilaran y controlaran cada movimiento del caballo. La ciudad parecía cobrar todavía más vida de noche. El Sol escondido al acecho, dejaba ver un horizonte mucho más claro.
Aramis estaba en el puente entre occidente y oriente. Una ciudad antigua, enigmática, con mucha más historia que la que él traía consigo. Preguntó en una posada por el barrio Sultanahmetm, el más viejo de la ciudad. Seguro que no habría mejor lugar para hospedarse. Lejos de Francia, lejos de París e incluso Lyon. Lejos del pasado, del presente.
Lo recuerdo como si fuera hoy.
-2.011.
A.
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