CRÓNICA
Parte 2
Fleur se giró y con un
gesto de cortesía le tendió la mano. Aramis con la mano en el corazón le hizo
una reverencia y la cogió sin dudarlo.
Comenzaron a bailar y
los dos se fusionaron en un solo elemento. No hicieron falta presentaciones ni
tan siquiera unas palabras de cortesía porque aquella sería su primera y última
canción. No dejaron de mirarse, ocultos bajo sus máscaras, desnudos ante sus
ojos. Tocaban sus manos y se dejaban mensajes ilegibles que tan solo ellos
reconocían. Bailaron por los viejos tiempos, por todos aquellos compases que
les arrebataron.
En un instante
recordaron que los dos estaban allí para permanecer el uno al lado del otro. Fueron
los mejores minutos de sus vidas desde hacía muchísimo tiempo. La canción
terminaba y el murmullo a lo lejos aumentaba. De pronto, su júbilo se disipó de
un plumazo cuando se cercioró de que, al fondo del patio, en lo alto de las
escaleras, estaba el duque Chambèry con un séquito de guardias. Uno de ellos
sostenía con sus brazos una capa negra mientras el duque daba órdenes y
realizaba aspavientos en su dirección: le habían descubierto.
La canción terminó y
Aramis puso sus manos junto a las suyas y le tendió un papel que Fleur
rápidamente consiguió ocultar. Sus caras de preocupación terminaron en una
media sonrisa cuando Aramis le dijo:
- Pase lo que pase,
guárdalo. Siempre será lo primero que creamos e hicimos juntos.
Aramis desapareció entre
la multitud. Consiguió alcanzar una de las puertas laterales por donde entraba
el servicio cuando sintió el filo de la espada en su garganta. Petrificado miró
a su alrededor y vio como todo el patio quedaba en silencio y toda la atención
posaba en él. Se acercaban guardias desde todos los flancos junto al conde que
brillaba de orgullo. De repente, dos enmascarados en lo alto de las escaleras
sacaron las espadas y derribaron a los guardias de la entrada. Aquel imprevisto
lo aprovechó Aramis para girar rápidamente sobre sí mismo y escapar de su presa
con un empujón. Blandió su espada y comenzó a correr hacia las escaleras
enfrentándose a todo aquel que se le cruzaba en el camino. Cuando llegó arriba,
junto a los dos desconocidos que le habían dado la oportunidad de escapar, se
dio cuenta de que no había conseguido engañarlos, ya que Athos y Porthos
estaban allí con a él, como siempre. Se zafaron una y otra vez de los
innumerables guardias tratando de alcanzar la salida. Saltaron a través de una
de las ventanas del segundo piso que daban de nuevo al jardín trasero. Allí
esperaban ensillados los tres caballos, listos para escapar. La huida fue más
fácil de lo que pensaron ya que el bosque y una espesa niebla que se había
formado eran los mejores aliados que siempre habían deseado.
Horas más tarde, en un
cruce de caminos paseaban lentamente con sus caballos tratando de volver a casa.
Ninguno de los tres había mediado palabra, estaban vivos y no sabían cómo.
Aramis les debía todo. A lo lejos, apareció un caballo con dos jinetes sobre
él. Iban muy tapados y se movían igual de lentos que ellos. Aramis paró su
caballo, pero sus amigos continuaron como si no les sorprendiera encontrarse
con alguien en aquel lugar indeterminado. Al cabo de un instante, que a Aramis
se le hizo eterno, reconoció a Jerome dirigiéndose hacia ellos. Detrás de él,
montaba una mujer. De su larga capucha tan solo podía discernir sus ojos, su
boca y parte de su fino y rojo cabello. Jerome también fue parte del plan y
aprovechó todo el desconcierto para sacarla del palacio.
Aramis se estremeció,
bajó del caballo y se acercó para ayudarla a desmontar. Una vez frente a
frente, bajó lentamente su capucha para dejar a la luz de la luna su preciosa
melena rojiza. Allí fue donde se fundieron en un abrazo eterno, en un cruce de
caminos.
A.