Otra semana más. Esta vez a ciegas, casi todos solos; un tren o autobús
desde distintas ciudades de España, y todos a un mismo punto. Sin saber lo que
vendría después. Y es que cómo íbamos a saber que ya el primer día nos
meteríamos en el metro de Londres para empezar a forjar un enlace de historias,
de caminos recorridos, de experiencias, de vidas. Allí comentamos, ya los
últimos días, que no es fácil que toque un grupo sin varios gilipollas que
rompan el ambiente, sin prepotentes, mascachapas y muerdealmohadas (que mi
compañero mordiese la suya en noches de pasión no cuenta) que hagan de cada día
un infierno. Pues bien: nos tocó. Intento explicar esta semana sentado en el
porche de mi casa, con un viento helado paralizando mis dedos y tratando que
deje de escribir pero sin conseguirlo, mientras miro las nubes pasar lentas,
sin prisa, como si tuvieran todo el tiempo del mundo para llevar a cabo cada
una de sus acciones. Tiempo, pienso con nostalgia, que nosotros apenas
teníamos. Por eso el dormir era secundario. Por eso las presentaciones se
hacían la última noche, alargándose hasta las tantas de la madrugada. Tiempo
que no teníamos, pero que fue exprimido hasta el fin. Recibo el mensaje con las manos heladas pero eso no importa. Junto mis manos sobre mi boca y expiro aire caliente para despertarlas, es hora de crear. La música de fondo me dice: "Es tu momento, déjate llevar". Intentaré caminar hasta la siguiente coma, exaltando cada acento, verso a verso, como siempre he tratado de hacerlo. Liberaré mi mente soñando con las noches que jamás olvidaré. Recuerdo la primera notificación a mediados de un caluroso Octubre.
Recibo el mensaje con las manos heladas también pero eso no importa. Junto mis manos sobre mi boca y expiro aire caliente para despertarlas, es hora de crear. La música de fondo me dice: “Es tu momento, déjate llevar”. Intentaré caminar hasta la siguiente coma, exaltando cada acento, verso a verso, como siempre he tratado de hacerlo. Liberaré mi mente soñando con las noches que jamás olvidaré. Recuerdo la primera notificación a mediados de un caluroso Octubre. Probé suerte con Granada, amaba Granada y me obligaron a cambiar de decisión. Creo que es la primera vez en mi vida que me alegro de ello. No importa el lugar, sino las personas, y dudo que existiera algún lugar mejor en el mundo donde debiera estar. Tan cercanos a lo desconocido, tan valientes ante la aventura, fuimos como las piezas de un Cubo de Rubic que parece que no vayan a encajar, pero encajan. Solo es necesario ser uno mismo y no dejar de sonreír. La sonrisa es la mejor forma de conocer a una persona, con su boca estirada, sus mejillas arrugadas y unos ojos que brillan en tu dirección. Conozco la sonrisa de cada uno de vosotros y jamás la olvidaré. El tiempo ha cambiado drásticamente mientras estuvimos internados en aquel hotel multiusos. Quizás, nosotros también hayamos cambiado.
Porque cada aventura, cada acción, cada vivencia, no deja a nadie
indiferente. Aquel Domingo después de la primera cerveza y los primeros
chupitos ya éramos otros. Los mismos, pero a la vez otros muy distintos.
Habíamos compartido un comienzo, una base, unos cimientos sobre los cuales se
construiría una semana de la más absoluta nada. Hola, cómo te llamas, qué
estudias, de dónde eres. Nadie se cansaba de repetirlo una y otra vez con una
sonrisa en la boca. Valencia, Madrid, Granada, Cadiz, Huelva, Murcia,
Barcelona. Cullera. Badajoz. Cuentatwon. Josicoland. El lunes después de los
primeros juegos ya nos sabíamos- exagerando un pelín- hasta el lugar donde se
ubicaban las manchas de nacimiento de cada compañero, también su religión. No
había sitio fijo en las comidas, o no quisimos adoptarlo; cosa que nos permitió
variar, pudiendo conocer aquí y allá en cada desayuno, comida, cena. Por la
tarde tocó Lucky Strike, demostrando que algunos eran verdaderos descendientes
de Michael Jackson o de cupido, según por donde se mire. Bailar no, pero orcos
hubieran caído a miles con las veinte flechas por segundo. Y si no, se hubieran
muerto del susto por el movimiento de piernas en el lanzamiento. Nos enseñaron
bien Misha y Lucy -¿Lucy?- y sudamos bien. Así que había que recuperar
líquidos. Otra vez al bar, otra vez a TheTube, con la buena de Carmen. Esta vez
nos sacó cinco chupitazos después de las copas, y hasta le bailamos el Lucky
Strike con un nuevo compañero. Que marcha tenía el colega, hasta creo que oí a
su hígado gritar de terror y pedir ayuda. La cabeza nos daba vueltas al
acostarnos. Era sólo el primer día.
La siguiente mañana al despertar, algunos “roommate” se dieron cuenta de que así no podrían continuar muchos días más, que un lunes como aquel era demasiado largo, demasiado intenso y que amanecer algo borracho un martes presagiaba una semana poco saludable, pero no imposible. - Buenos días. – ¡In english! –Joder, i’msorry. – No sorry. Y entonces te centrabas en tu tazón de leche ardiendo con cereales ya derretidos, intentando que ninguna palabra en inglés pudiera penetrar tu resacosa cabeza. Y allí estabas a las 9 en clase, con tus break de 15 minutos, tu guarnición para comer y con otra actividad voluntaria que acabaría poco antes de la hora de cenar. Fue el último día en el que vimos la luz del sol. Pero allí estaban Misha y Lucy tratando de advertirnos que la visita duraría una o tres horas, en función de nuestra velocidad. Pero eso no era problema, ya que a muchos solo nos interesaba el puesto de churros y la fuente que lanzaba chorros desde el suelo. Menudos mañaneos nos esperaban, pero no, eso no acabó ocurriendo. ¿Cómo terminamos la visita? Tirando flechas en el ayuntamiento, el lugar de la revolución (sí, la revolución sabíamos que iba a llegar desde el momento en que Josico llegó tarde a la primera cena), siendo observados por un pequeño pero no menos importante público. En la cena todos nos preguntábamos qué hacer cuando de pronto surgieron muchos aficionados a los zombis. ¿Y cómo vimos los Zombis? Con cerveza. ¿Y quién nos la dio? Carmen. ¿Y cómo fuimos? En pijama. Y así, con la mayor naturalidad del mundo conseguimos las cervezas y subimos a ver nuestro capítulo de la semana. Una vez más, se hicieron las 2.
El miércoles fue algo más duro. Venga a meternos prisa con las
presentaciones de los cojones, que si introducciones por aquí, que si índices
por allá. Pero bueno, se sobrellevó. Trabajamos como jabatos. A todo esto, Ash
se había puesto malo el día anterior y aún seguía, razón por la cual nos
cambiaron a todos de clases. Pues moló. Después de comer y de las dos últimas
lecciones, algunos fuimos al quiz. La mayoría de la gente necesitaba dormir o
hacer la present, por lo que no acudieron. También moló. Fuimos hasta
competitivos. Después nos tomamos una cerveza, a la cual Lucy me invitó -había
ganado el quiz, jejeje- y empezamos a hacer contactos con un amigo suyo para la
noche del Jueves. Ay, la noche del Jueves... pero aún estábamos a miércoles.
Tras la cena, subí a hacer mi presentación. Allí estábamos Raúl y yo, en
nuestras mesas y con la cabeza gacha, peleando como espartanos en el desfiladero
de las Termópilas. De vez en cuando reíamos, partíamos el water, llamábamos al
greenteam, guasapeábamos con él dándonos apoyo moral... seguro que cada uno
tiene su historia de aquella noche de trabajo. Espero que la recuerde con su
compañero al leer esto, ¡Ya le estáis escribiendo! Hasta cerca de las tres no
nos acostamos. El siguiente sería un día grande. Muy, muy grande. E íbamos a
irrumpir en él sin apenas descansar.
Tenía que meter estas dos fotos. Un abrazo a los cuatro, compañeros
“- ¿Ye prim, has visto això? En máster chef están cocinando solo con lechugas”-. Eso fue lo primero que recordé al despertar junto con un montón de tonterías que nos dijimos antes de dormir, como cada noche y en tres idiomas. Ya había llegado el gran jueves, el día de la exposición. Sin apenas tiempo, habíamos preparado una presentación que parecía ser determinante ante el futuro diploma. Los nervios afloraban, las miradas se perdían en busca de las palabras correctas pero el ambiente que creamos entre todos nos tranquilizó. Durante la mañana escribí mi primera pequeña reflexión en inglés durante 15 minutos, hablé de filosofía durante una hora, expliqué la última utopía que había leído, hice de tigre (ya no recuerdo el día que empezó mi documental) y todos unidos, tiramos nuestros miedos a la papelera antes de la exposición. Así que, nada podía salir mal. A las 6 de la tarde todos sonreíamos y comenzamos a dividirnos: algunos visitaron museos (descubriendo algún que otro secreto), otros durmieron y los más precavidos (o no) organizaron la lista de la compra. Después de la cena, empezamos a beber y a jugar, a hacer cascadas y a putear al de al lado con Mysha presente. Josico nos sorprendió, una vez más, con medio labio cortado y pidiendo ron para curar la herida. Siguiendo las recomendaciones de su roommate (su escudero en nuestro idioma) cogió un rollo (literal) de papel y se lo pegó en la boca. Tenía papel para limpiar toda la habitación pero eso no importaba: ¡Otro cubata Irene! Se escuchaba continuamente. Quizás esa fue la raíz del problema para algunos. Después de los “yo nunca” en el que más de uno/a nunca dejó de beber, y de la continuas visitas de nuestro recepcionista nos dirigimos al puerto. Josico llevaba la bolsa, eso lo sabemos todos. En el puerto, algunos pagaron chupitos hasta vaciarse la puta cartera y otras los pagaron recibiendo las vueltas con intereses (muy injustamente). La manada se fue dispersando hasta que a la vuelta, pequeños grupos caminaron por las calles de Cartagena, con un viento helado que comenzó a cambiar. A la mañana siguiente al despertar, vi como mi compañero se incorporaba, suspiraba y le daba al play a una canción que estaba en pleno subidón. De repente, dos mascachapascomenzarón a bailar y a saltar por la habitación habiendo dormido dos horas y borrachos perdidos todavía. El resultado fue devastador. En un amago de recuperación, miré mi móvil y escuché el siguiente mensaje: “Josevi, joputa, sal de la habitación (mujer con la voz destrozada y con dos borrachos más a su lado)”, eso fue lo último que me dijeron aquella noche pero en ese momento yo ya estaba durmiendo.
Jueves después de que Ruben nos invitase amablemente
a abandonar el Hall Rojo
Él dormía, pero otros no. Después de la presentación y de las medallas,
después de la siesta y el alcohol, después de destrozar mi cuarto y llenarlo de
un chorreón de sangre -así estaba de pegajoso la mañana siguiente- y después de
exprimir la cartera como si no existiese un mañana, aún estábamos en el sofá de
los lilas. Media docena de Jägermeister, Tequila y el chupito congelado, otros
tantos ginebras, y, como bien ha explicado el tigre, un camino a casa lleno de
charlas, risas, locuras... y nos estancamos en aquel sofá. No soy capaz de
recordar muy bien por qué nos reíamos tanto allí, vivos pero casi
inconscientes, luchando por no dormir. Pero recuerdo que fue mítico. Después
nos fuimos a dormir, y maldita la hora. Cuando nos levantamos, la borrachera estaba
en su punto álgido. Tres alarmas y dos gritos de mi compañero no bastaron: tuvo
que moverme la cama y quitarme las sábanas de encima para despertarme. Una
ducha solo sirvió para darle rienda suelta al alcohol que habíamos intentado
adormilar a base de dos míseras horas de sueño, y cuando Ash me vio entrar a la
clase -así como todos mis compañeros y los que me cruzaba por el pasillo- lo
primero que dijo fue: "Drink a glass of water, Eidrian". La primera
hora fue bien para todos, aún estábamos borrachos. La agonía vino después. Me
dejaron irme y no retorné hasta la hora del diploma, quintando un intento de
bajar a comer, que hasta fue aplaudido -gracias amigos- pero que no sirvió de
nada. Dos cucharadas de salmorejo -¿Salmorejo? Si me hubiera puesto yo en la
cocina hubieran sabido lo que es un salmorejo, je, je- del cual me sorprendí
que no llevase patatas fritas, y pal catre. Después llegó la hora de los
diplomas, y el mítico puño de josico al techo. Enric lo tiene grabado en la
retina, pero todos lo vimos. Muchacho, eres un grande. A mi, por cierto,
me cosieron a hostias los hijos de su madre.
Siesta monumental y a intentar beber otra vez. No nos entraba el alcohol.
Ni usando jeringa. Pero al final despertamos. Se nos unió Halina en el City
Hall, más loca incluso que dando clases, con su sudadera de rapera y el gorro
puesto, al ritmo de una extraña música funky y con el láser rojo apuntando a la
presa, estilo robocop o terminator. Pipipipipi. Objetivo localizado. Barón de
estatura media-alta, moreno, soltero porque ya lo se de darle clase, apuesto,
de buenas espaldas y que lleva toda la semana mirándome las tetas en las aulas.
Así que después de medio concierto en Directo, nos fuimos a Soho. El camino fue
largo pero divertido. Algunos pinplándose la botella de Ron cual piratas a la
deriva, Robocop sin dejar escapar a la presa -la cual tampoco se alejaba lo mas
mínimo- y los demás mirando, riendo y charlando. Llegamos, entramos sin DNI -30
personas conquistan hasta las más fuertes plazas-, nos hicimos un hueco y al
lío. Mi compañero de escritura os contará alguna que otra peripecia con un
billete, y algo más que se tercie. Yo sólo diré que estaba cansado, pero que
salté, bailé y grité. Como todos. Y que el mejor momento de la noche fue
cuando, tras la estela del gran Mariano, conquistador de musas, rompedor de
cinturas, fuimos a la sala contigua a bailar bachata. Algunos no sabíamos, pero
improvisamos y hasta salió bien. Fue un momento estupendo. Después partimos de
nuevo hacia el Hotel. Por última vez. Hablábamos, reíamos, pero todos sabíamos
que retornábamos de fiesta para no volver. Aunque aún nos sentaríamos otra vez
en aquel sofá, lugar que quedaría grabado a fuego en nuestra memoria como punto
de encuentro a través del tiempo y la distancia, a través de los años y las
vidas que nos quedan por vivir.
Sillón estilo los serrano el Viernes antes de
desayunar 6:30 AM
Desayuno del Viernes después de la larga espera 7:30 AM
La fina línea que separó el viernes del sábado (como la que separó mi billete de 20 en dos) fue una cabezada de una o dos horas. ¿A las 9 de la mañana? Sí, si habíamos recuperado la botella de ron del árbol todo era posible. Acabamos en nuestro sofá lila, todos “onfire” expulsando un llameante aliento a alcohol que podía quemar el hotel entero (aunque Irene ya casi lo consigue en su exposición). ¿Qué podíamos hacer para confirmar la llegaba del sábado y de la despedida? Ir a desayunar. Y allí, con sus preciosos jubones, entraron los mosqueteros al desayuno, fueran tres o más daba lo mismo, habían ganado la batalla y no la guerra, y desafiaban con la mirada a cualquier impostor que siguiera con vida. Se aposentaron en su mesa y recompusieron sus fuerzas para el peor de sus días. Hablando con miradas solo podíamos desearnos suerte para el sprint final. Hicimos nuestras maletas y con esa “siesta” mañanera emprendimos nuestro regreso. Recuerdo algunas personas con las que me llegué a despedir hasta tres veces, por miedo a no volverlas a ver. En cambio, hubo otras a las que ni tan siquiera pude decirles adiós.
Todos (o casi todos) en TheTube, el primer día
Aún así, guardo en mi memoria cada una de ellas que estuvieron haciendo “el nosotros” un grupo heterogéneo demasiado agradable, demasiado único, unido y del que extraño tantísimas cosas que me cuesta enumerarlas. Ya en el tren, observaba melancólico por la ventana la gran cantidad de cosas que dejábamos atrás a nuestro paso: Pueblos enteros, estaciones, coches, muros, campos, molinos, montañas…. Una semana en aquel lugar en comparación a toda una vida era como aquel viaje en el tren, en el que ves cientos de cosas pasar sin poder apenas retenerlas en tu retina. Sin embargo, en cada viaje, en cada trayecto, conseguimos recordar alguna de esas cosas que permanecen al lado de las vías, impasibles con el paso del tiempo. Ya sea una casa medio derruida o un graffiti en la pared de alguna estación. Las vemos durante un segundo y nos sirve para toda un vida. Y cada vez que pasamos por ese mismo punto intentamos volver a verla porque sabemos que una vez estuvo allí y pudimos encontrarla. Aunque sea la cosa más insignificante del mundo, la queremos. Seremos la única persona en todo el vagón que se está fijando en ese detalle pero no lo olvidaremos. Vosotros sois ese molino abandonado, esa senda que se pierde en la montaña. Pensaremos en aquella pequeña anécdota del camino y cada vez que lo pasemos de nuevo, lo buscaremos para poder encontrarnos una vez más. Espero que esto solo sea el principio de muchos viajes más y que todos juntos volvamos a dar color a este fantástico paisaje.
P.D: Mariano y yo dejamos la ciudad en último lugar. Siempre le agradeceré aquella barra de pan, queso sin lactosa y jamón serrano con los que me obsequió, cerca de las cuatro de la tarde, antes de subir al tren y sentir todo lo que ha descrito mi compañero Josevi con increíble maestría. A las 9 de la noche llegamos a Madrid, después de media docena de partidas de ajedrez en las que salí escaldado (era un genio, mi Mariano, ya veis que no sólo bailaba) y me despedí de él, dándole un abrazo que, a la vez que para él, era para todos vosotros.