Estoy realmente cansado, mis ojos entreabiertos se esfuerzan por no cerrarse, me duelen. Pero pienso y recuerdo el mundo que hemos creado en unos cuántos días y todavía no me atrevo a olvidar.
Me he despedido con paciencia de todos y cada uno de los que me han acompañado en este gran sueño del que me da miedo ahora despertar. No he derramado lágrimas en la despedida, las he soltado para mis adentros, manteniendo la compostura, como si nada fuera a cambiar.
Sin la certeza de volver a ver a las personas que se despedían de mí las dejaba marchar, unos antes y a otros despues, pero a todos, hasta que tan solo quedábamos dos en dirección al último transporte. Miraba el suelo con una sensación extraña, estaba cerca de casa y lo último que vería del maravilloso sueño lo tenía a mi lado. Estaba asustado y mis palabras se ralentizaban por momentos. La última despedida rápida, con prisas, emotiva, sin poder mirar atrás pero sintiendo, sintiéndolo mucho. No sabía el qué, pero me estaba dejando algo, algo importante para mí.
A falta de 5 minutos conseguí subir a mi último medio de transporte, al más corto de todos, por tierra firme. Dejé mi equipaje, me senté, me puse mi música y el tren comenzó a moverse. En ese preciso instante, cuando sabía que la próxima parada era mi destino final me sentí solo, vacío y triste. Miré a mi izquierda y no vi a un muchacho con acento venezolano, fuerte, mirando a la nada, pensativo por muchas cosas, demasiadas cosas. Un hombre muy parecido a mí, pese a las apariencias que siempre engañan.
Al otro lado del pasillo tampoco escuchaba a nadie meterse con la gente, reir, bromear, sonreir y hacer que cualquier momento del día pudiera ser un momento divertido y único. Sin duda alguna, era la medicina contra cualquier pensamiento o momento inoportuno. No la veía mirando detrás mía, señalando y buscando una reacción de otro tipo. Un tipo que intentaba ignorarla, mirando hacia todos lados, con sus gafas al borde del abismo, sobre la punta de la nariz, evitando las miradas inquisitivas que soportaba día y noche, pero sonriendo en silencio. Pensando su próximo: ¿Y tú que prefieres? Me di cuenta que a su lado tampoco estaba el hombre serio, el que sus palabras pronunciadas se elevaban al cuadrado cada día que pasaba, el primero que pensé que compartía gustos similares a los míos, al que había que mirarle seriamente para hacerle reir. Volví la vista hacia delante y recordé que allí casi siempre tenía un tipo que estaba sobre sus rodillas mirando hacia detrás, con su cara de niño bueno, su dulce voz y sus ganas de preguntarle a todo el mundo sus cosas personales. ¿Quién te gusta? ¿Quién no te gusta? ¡Cuéntame tu vida, jo! Y de vez en cuando intentaba mandarnos a tomar por saco en catalán, en su ansia de aprender el idioma. Un personaje pecualiar que demostró que una primera impresión podía ser cambiada.
Entonces recordé al tipo solitario, al más solitario de todos, que en algún punto del vagón, no muy lejos, debía encontrarse escuchando música o cantándola a veces con la chica terremoto, un hombre inteligente con el que no te podías perder jamás en Nueva York. Un tipo con el que compartí unas vistas espectaculares y unos grandes paseos bajo los rascacielos.
Faltaba alguien, alguien más que venía siempre con nosotros, la persona que hace más tiempo que ya no veo porque marchó la primera y ya no la volví a ver. Debía estar al lado de la otra muchacha, sonriéndome desesperada, por cada una de las cosas que soltaba su amiga que nos hacían reir, por absurdas que fueran. Una chica responsable, inteligente, que su palabra siempre debía ser tenida en cuenta porque algo aportaba. Una chica genial, con la que sabía entenderme en cada momento y con la que nunca supe si me faltaron o sobraron palabras que decirle.
Pero no, allí no había nadie de esas personas y una lágrima se me escapó. Miré por la ventanilla al horizonte, donde habían campos labrados y no un río con un larguísimo puente. Sentí que esas personas no estaban en este nuevo tren que me despertaba a mi realidad. La lágrima calló lentamente mientras intentaba ocultarla mirando a la nada, pero constante siguió cayendo. Minutos despues debíamos llegar a Nueva York pero esta vez mi tren no paró allí.
Aquel sueño, aquella ciudad, ya parece muy lejos cuando hace nada estaba allí. La gente que conocí allí, de todas partes del mundo, que en cuestión de días sintieron tanto como para dejár lágrimas a nuestra partida. Gente inolvidable que quisieron y se dejaron querer.
Necesito administrar ese aire, el que me han dado todos ellos y respirarlo, poco a poco, para sentirme mejor. Quizás mi vida está aquí, pero ahora se, que si algún día deja de estarlo, en cualquier otro lugar tengo más vida, vida para mucho más. Una parte de mí se ha quedado por diferentes zonas, en diferentes tierras y no pienso dejarla morir.
Me muero de sueño pero el dolor que me supone despertar del sueño más hermoso del mundo y de mi vida... es mucho más que el placer de volver a soñar. Vosotros sois mi sueño, el sueño que jamás había soñado.